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Carmelo Jordá

El que no debe ser nombrado

El tránsito desde el más allá a los juzgados del más acá es doloroso y si te enfrentas a Él te puede salir en la frente una cicatriz en forma de zeta

El tránsito desde el más allá a los juzgados del más acá es doloroso y si te enfrentas a Él te puede salir en la frente una cicatriz en forma de zeta

Rajoy pasa por las sesiones de control, los debates y las (escasas) comparecencias ante la prensa con un algo de ser incorpóreo, ingrávido y, sobre todo, insípido, si bien esa falta de salero del presidente del Gobierno no es nueva, ni mucho menos.

Sí que lo es, o al menos se ha acentuado mucho en los últimos tiempos, esa cualidad vaporosa e inmaterial, algo etérea, que permite que las preguntas lo atraviesen sin rozarlo, sin causar cambio alguno en su naturaleza ectoplásmica.

Así las cosas, usted le pregunta por el escándalo de un cierto tesorero que acumulaba millones en Suiza como quien acumula kilos con la edad y, cuasi milagrosamente, Rajoy es capaz de responderte sobre el déficit, la prima de riesgo o incluso una prima de Viri que, pongamos por caso, se acaba de divorciar.

Me dirán ustedes que si ya está feo ser un fantasma en la vida cotidiana, mucho más si uno es todo un presidente del Gobierno, pero cualquier cosa antes que nombrar al que no debe ser nombrado, como decían en las películas de Harry Potter.

Y no digamos ya ponerle una querella, que como dice la maldición gitana "tengas pleitos y los ganes". Además, el tránsito desde el más allá a los juzgados del más acá es doloroso y si te enfrentas a Él te puede salir en la frente una cicatriz en forma de zeta que sería motivo de mucho cachondeo en esas reuniones europeas que tanto nos gustan.

Porque paralelamente a la transformación de Rajoy se ha producido otra casi igual de sorprendente: de ser un empleado modelo de total confianza –tanta confianza como que le encargas la gestión de los dineros– a convertirse en un ente poco menos que infernal cuya mera mención es capaz de abatir sobre ti las más terribles maldiciones.

Tanto callar recuerda a esas familias en las que estaba prohibido citar al tío Genaro por un oprobioso escándalo de faldas, o al abuelo aquel que se fue de voluntario con los rojos. Lo malo de la cuestión es que, por lo general, a los malvados enemigos no se les mata con el silencio y el fruto del pecado, sea el primito Luis, sea una colección de sobres, sean unos milloncejos en Suiza, se empeña en seguir correteando por la casa o en aparecer en informes judiciales.

Lo que suele dejar el silencio es espacio para que hablen los demás. Es cierto que así los demás pueden meter la pata, pero igual no, y en cualquier caso, cuando tu propia pata ya está bien metida, callar no te ayudará a sacarla.

Ya sé que es improbable, pero imaginen que un día de estos Rubalcaba acierta en algo y Rajoy sigue sin decir ni mú del que no puede ser nombrado. Y, sobre todo, que mientras tanto Él no deja de rondar por ahí, plantando querellas y haciendo peinetas.

Eso, a largo plazo, no lo resiste ni el ectoplasma de Harry Potter.

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