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Carmelo Jordá

El susanato es federal

Ya lo saben: el susanato será federal y de colores. No sé si es lo que nos merecemos, pero tiene pinta de que será lo que tendremos.

Desde su llegada a la más alta poltrona andaluza, Susana es un no parar de actos, discursos, viajes y, en definitiva, presencia en los medios de comunicación y en nuestros corazoncitos: de ser una joven promesa que no conocía nadie fuera del terruño a convertirse en toda una lideresa con ese aroma inconfundible de los que aspiran, y con motivos, a ser algún día presidente del Gobierno, en este caso presidenta, que no se nos cabreen los guardianes del género.

Creo que parte de su éxito se debe a que es un ejemplar casi perfecto de ese espécimen -para muchos más bien una plaga- que conocemos como el-político-español-medio: está criada a los pechos del partido desde casi su más tierna infancia, no se le conoce otro quehacer que el medrar a la sombra de la pesoe, es más lista que inteligente y, por último pero no menos importante, tiene el mismo bagaje cultural que un botijo colocado a la puerta de la Real Academia.

Pero la característica más divertida de Susana es el desparpajo. Yo tiendo a pensar que es fruto de los años pasados en una sede en la que están todo el día acariciándose el lomo unos a otros -aunque sea como paso previo a la puñalada-, pero también podría ser una virtud que la Susi haya forjado en una infancia y adolescencias de barrio, gritos por las aceras y litronas en los parques como previa de los correspondientes rituales de apareamiento.

El caso es que gracias a ese desparpajo la lideresa andaluza es capaz de pontificar de cualquier cosa, en cualquier foro y, perdonen la vulgaridad, con dos cojones. ¿Que hay que hablar de la corrupción? Ella, la de los ERE, habla. ¿Que el tema del día es la educación? Pues pontifica como eterna estudiante universitaria que fue. ¿Que toca federalismo? Pues toma federalismo asimétrico, y si hace falta milimétrico. ¿Que la reforma constitucional? Pues ahí que va Susana a explicarnos que hay que cambiar la Constitución , literalmente, "para que todos estemos más a gusto".

Disculpen, pero tengo que detenerme en esa frase genial, pronunciada el pasado fin de semana y que equipara la Constitución con una mesa camilla o una boda de Ortega Cano. Las implicaciones son inmensas: si estar todos a gusto es la principal función de una Carta Magna, habrá que reconocer los masajes de pies como un derecho constitucional, por poner el primer ejemplo que se me ocurre. Personalmente, estoy pensándome si exigir que pongan césped en la playa o que se prohíba la entrada al metro de la gente que huele mal, que eso sí me hace estar a disgusto.

Ya puestos, Susana también nos ha dado una lección de federalismo en su viaje a Cataluña. En su clarividente teorización la cosa federal es algo así como repartir el dinero que no hay, respetar las identidades que ya se respetan y, sobre todo, no tocar el chiringo autonómico, como si ahora se tocase mucho. Todo muy bonito si no fuera porque no sirve para nada, ni siquiera para que el PSC deje de despeñarse por las rocosas laderas de Montserrat.

Ya lo saben: el susanato será federal y de colores. No sé si es lo que nos merecemos, pero tiene pinta de que será lo que tendremos.

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