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Carmelo Jordá

Fernando Tejero: el intelectual y su rabo

Efectivamente, en España hay una casta: la pseudocultural, pseudointelectual, pseudoartística y pseudouniversitaria.

Fernando Tejero es intelectual y tiene rabo. Son los dos datos relevantes –el primero un poco más inesperado que el segundo– que hemos descubierto en las últimas horas, a raíz de la reacción un tanto airada que el actor tuvo en Twitter, cuando la gente comentaba que había firmado un manifiesto de esos con "cien intelectuales y artistas".

Dejando aparte la elegancia con la que se ha expresado, y que tenemos que reconocer que no está al alcance de todos –"dedicaros a hacer algo productivo…. Por ejemplo, comerme el rabo"–, llama poderosamente la atención cómo se ha indignado este popular cómico simplemente porque se dude de que se le pueda considerar intelectual, algo que es como mínimo discutible, al menos si atendemos a la definición que de la palabra hace la RAE: "Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras".

Así que, cuando todavía no se han publicado los muchos tomos de sus obras aún inéditas –y que espero estén un poco mejor redactadas que sus tuits, dicho sea de paso–, no parece que Fernando Tejero sea como Fernando Savater, Mario Vargas Llosa u Ortega y Gasset, por poner sólo tres ejemplos.

Y mientras esperamos que vea la luz esa ingente producción artística o filosófica o científica –¡quién sabe si las tres cosas a la vez!–, tenemos que conformarnos con que Tejero sólo nos obsequie con llamamientos al sexo oral, disquisiciones sobre sus preferencias sexuales que nos importan muy poco o recomendaciones políticas que aún nos interesan menos. Eso sí, él puede decir lo que quiera con entera libertad, pero los demás no podemos cuestionarle en lo más mínimo sin correr el riesgo de vernos con su miembro viril inserto en nuestra cavidad bucal.

La polémica puede parecerles una tontada y probablemente lo es, pero también es reveladora de algunas peculiaridades del momento actual de España. Por ejemplo: de la degradación de un término, intelectual, sólo comparable a la de otra palabra que suele acompañarlo: artista. Si todos los que se consideran tales en este país lo fueran de verdad, nuestra producción cultural, filosófica y científica sería incomparable, y los Nobel y los premios de todo tipo y en todas las disciplinas se amontonarían de tal forma que las universidades y las academias necesitarían salas de trofeos como la del Real Madrid. Algo que, o yo estoy muy despistado, o me temo que no ocurre.

Lo segundo me parece motivo para una reflexión más interesante: la existencia de una élite de privilegiados que se siente intocable, a la que no es lícito no ya criticar sino cuestionar tímida y educadamente, que puede decir lo que le venga en gana y cuando le venga en gana, sin necesidad de respetar a su público o las mínimas normas de educación y convivencia.

Efectivamente, en España hay una casta: la pseudocultural, pseudointelectual, pseudoartística y pseudouniversitaria que presume de sus buenos sentimientos, pero en cuanto se muestran tal como son –Tejero dixit– no saben ni escribir las vulgaridades presuntamente graciosas con las que nos obsequian.

Tenemos una casta de intelectuales… con rabo.

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