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Carmelo Jordá

La cobardía

Aunque Rajoy parece no recordarlo, ya hubo una campaña en la que se negó a debatir: la de marzo de 2004.

Es lógico que Rajoy tema un debate a cuatro con Iglesias, Rivera y Sánchez, son políticos que tienen mayor capacidad de comunicación que él –que además lleva cuatro años sin ensayarla–; uno de ellos tiene un discurso mucho más sólido y dos son hasta más guapos que él.

Es lógico que el presidente, con una valoración por los suelos, una gestión muy difícil de defender y consciente de que su capacidad de empatizar a través del plasma es, digamos, mejorable, crea que no tiene nada que ganar y sí mucho que perder en lo que será el momento cumbre de la campaña. Es comprensible que sienta miedo, que trate de apartar de él ese cáliz, pero lo que diferencia a un líder de verdad de un político de tercera que está ahí de casualidad es su capacidad para afrontar retos, sus fuerzas para salir adelante en los momentos difíciles, sus ganas de jugar en el campo contrario si es preciso, su decisión para ir incluso allí donde sabe que le van a partir la cara y, si es eso lo que pasa, al final salir con la cara partida, sí, pero con la cabeza bien alta.

Rajoy, además, no lo tenía todo perdido, habría podido encontrar argumentos para hacer un buen debate: su experiencia frente a unos novatos que no han gestionado nada en su vida, el hecho de que la economía y el país han logrado superar el descomunal bache en el que se encontraban, las barbaridades de algunos programas y las incongruencias de otros…

Pero en lugar de eso veremos a Soraya Sáenz de Santamaría, una política tan capaz de ofrecer una imagen de eficacia como incapaz de empatizar con la audiencia, defender la gestión de un presidente ausente. Y esa ausencia será, haga lo que haga, la gran protagonista del debate.

No creo que pueda pedírsele a un responsable político valor físico, no se trata de eso, y, desde luego, lo último que necesitamos es un temerario; pero si alguien quiere gobernar un país sí debe tener otro tipo de valor, si alguien quiere la confianza de los votantes sí debe ser capaz de decirles a la cara que hará lo que sea necesario, que irá donde sea preciso, que tomará las decisiones que cada situación requiera, aunque sean difíciles.

Se puede pedir el voto después de perder un debate, se puede ser un buen presidente aunque tus dotes comunicativas no sean las mejores, pero no es posible ser un líder si demuestras ser un cobarde; como también es muy difícil que seas un buen dirigente si no aprendes de tus errores, y, aunque Rajoy parece no recordarlo, ya hubo una campaña en la que se negó a debatir: la de marzo de 2004.

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