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Carmelo Jordá

No a los curas rojos

No se puede servir a Marx y a Cristo, es imposible y eso bien lo han sabido, y lo saben, los buenos marxistas.

No se puede servir a Marx y a Cristo, es imposible y eso bien lo han sabido, y lo saben, los buenos marxistas.

Aunque no soy creyente, siempre he procurado ser muy respetuoso con las religiones y, muy especialmente, con la católica, que es en la que he sido educado y que, al fin y al cabo, me parece razonablemente decente, siempre teniendo en cuenta que la Iglesia, como institución humana que es, resulta mejorable.

Sin embargo, si hay algo que siempre se me ha atragantado son los curas rojos, la gente que hacía política desde el púlpito y, además, invariablemente política de la mala, de la liberticida, de la que empobrece, precisamente, a los pobres.

En las últimas décadas, y gracias a la acción de hombres sabios como Benedicto XVI y, sobre todo, Juan Pablo II, los curas rojos se habían quedado en sórdidas guerrillas iberoamericanas o en parroquias grafiteras de Madrid, dando la comunión con bizcocho en lugar de con pan ácimo y recibiendo visitas tan exquisitas y ejemplarizantes como la de Diego Cañamero y el Cristo de las Banderas. Allí, sobre todo en las parroquias, no hacían demasiado daño, de hecho más que otra cosa lo que daban era un poco de risa.

La cosa se pone más seria cuando el cura rojo se nos cuela nada más y nada menos que en la silla de Pedro y desde allí parece dispuesto a emprender una cruzada, y qué bien me viene la palabra, contra todo aquello que nos hace más libres y más prósperos: el capitalismo, los gobiernos limitados, la libertad en suma.

Y la emprende además de un modo, digamos, bastante chapucero: con un texto de menos de diez hojas plagado de afirmaciones que no son dudosas o debatibles, sino innegablemente falsas: no es cierto que la pobreza se extienda cada vez más –al contrario, y las cifras lo dejan claro–; no es cierto que no se haya demostrado históricamente que la extensión del capitalismo equivale a la extensión del bienestar a más y más capas de la población; no es cierto que se acuse "de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres", como no lo es que la pobreza genere violencia... En fin, que el Santo Padre no ha dado ni una.

Como creo firmemente en la seriedad de la Iglesia para gestionar sus asuntos, y como hoy en día cuando llegamos a un cónclave ya nos conocemos todos, está claro que Francisco no está en el Vaticano de rebote: si los cardenales le han votado es porque creen que lo que necesita la Iglesia en estos tiempos revueltos y faltos de vocaciones es un cura rojo, que les acerque a la poderosa corriente estatista y filosocialista que parece dominar tantos aspectos de la vida moderna.

Yo, modestamente, creo que se equivocan: por mucho que pueda parecer que así se preocupan de los pobres y por mucho que eso pueda darles buena prensa, al final el socialismo bien entendido es lo más parecido a una religión, y uno no puede creer en dos religiones a la vez.

No se puede servir a Marx y a Cristo, es imposible y eso bien lo han sabido, y lo saben, los buenos marxistas, que se han dedicado a exterminar social, política o físicamente a los cristianos allí donde han podido. Los curas rojos, en cambio, siempre creyeron que sí se puede estar en misa y en el sóviet, o al menos intentaron hacérnoslo creer. El resultado, al final, es que eran mucho más rojos que curas.

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