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Carmelo Jordá

Pablo Iglesias: el halago debilita

Cuando te acostumbras a tanto servilismo, si se te plantea un reto medianamente normal te caes con todo el equipo.

Cuando te acostumbras a tanto servilismo, si se te plantea un reto medianamente normal te caes con todo el equipo.

Vaya por delante que no veo habitualmente La Sexta porque me produce una especie de urticaria mental: una comezón que me corroe, me agría el carácter y me hace abominar, aún más, de mi profesión y de los que viven de ella.

Pero, animado por los sorprendidos comentarios en Twitter y por las noticias que poblaban internet sobre el magno evento, me animé a ver en diferido la ya famosa entrevista de Ana Pastor a Pablo Iglesias. Lo cierto es que la decepción ha sido notable, no por la entrevista, que tampoco me ha parecido tan dura como lloraban los de Podemos por los arrabales de las redes sociales; ni por Ana Pastor, que parapetada tras su preciosa sonrisa hizo un trabajo correcto. No, el que me ha decepcionado ha sido Pablo Iglesias: de él me esperaba más.

Llegados a este punto, es necesaria una aclaración: no es que tenga buena opinión de Pablo Iglesias, la tengo malísima, pero tanto él como la mayoría de la cúpula de Podemos sí me merecían cierto respeto en cuanto a sus cualidades intelectuales. Sobre todo, al final uno siempre compara, en el erial que es la actual política española: si los enfrentamos a personajes como Cayo Lara, Soraya Rodríguez u Óscar López, por citar algunos de izquierda; o los ministros Margallo, Fernández Díaz, Mato o Báñez, por darnos un garbeo por la derecha, Podemos es algo así como la Liga de los Políticos Extraordinarios, bien que con menos glamour y más coleta.

Sin embargo, esto tampoco quiere decir que sean unos genios y, sobre todo, no significa que sean tan listos como ellos mismos creen que son. No obstante, también hay que ser comprensivo en este sentido: cuando llevas más de medio año paseándote por las televisiones con toda una colección de aduladores abanicándote y bailándote el agua, al final te crees que la vida entera y la política toda son un sendero de ladrillos amarillos que te lleva, indefectiblemente, al anhelado paraíso venezolano.

Pablo Iglesias va a programas de Cuatro, le colocan delante a sparrings de medio pelo en un combate trucado y se enfrenta a presentadores como Cintora, que asiente cuando él habla y le mira con una cara de arrobo que ni la que Romeo le ponía a Julieta.

Pablo Iglesias va a debates de La Sexta y todo es muelle y fácil: los temas, los vídeos que se ponen entre charla y charla, incluso buena parte de los rivales que se le enfrentan, sin recursos ideológicos ni tan siquiera televisivos.

Pablo Iglesias es entrevistado por cualquier periodista de izquierdas -la mayoría en la mayor parte de los medios- y más que una entrevista parece un sermón, que desde la venida de Nuestro Señor Jesucristo no habíamos visto discípulos tan entregados a la causa de un mesías: sólo les falta llamarle "Maestro".

Como vemos, es lógico: cuando te acostumbras a tanto servilismo, si se te plantea un reto medianamente normal te caes con todo el equipo y dejas que salga a la superficie toda la vaciedad que eres, todo el ansia de poder que embarga, todas las ideas totalitarias y destructivas que te adornan.

Pero tampoco nos llamemos a engaño: esto ha sido sólo un tropezón y con esa vaciedad, con ese totalitarismo y con ese ansia de poder no hay que descartar que Pablo Iglesias sea el próximo presidente del Gobierno. Entonces nos lo tendríamos merecido, porque, como hemos visto, desmontar la mentira no era tan difícil.

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