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Carmelo Jordá

¿Para qué sirve una televisión pública?

La realidad es que en España ninguna televisión pública ha ofrecido contenidos de una calidad y un nivel cultural que justificasen el gasto que suponen.

La realidad es que en España ninguna televisión pública ha ofrecido contenidos de una calidad y un nivel cultural que justificasen el gasto que suponen.

Hablábamos por aquí la semana pasada de lo instructiva que resultaba la colaboración de Juan Ramón Rallo en TVE incluso antes de empezar. El final de la historia ha sido todavía más ejemplarizante: después del pequeño escándalo prefabricado y del insólito comunicado de UGT, Televisión Española decidió suspender la relación con Rallo, a pesar de que la presentadora y directora del programa estaba, según ella misma confesó al afectado, en contra de esa decisión.

Desde luego, lo ocurrido con el bueno de Juan Ramón Rallo es sólo un eslabón más en la larga cadena de despropósitos que es la historia de RTVE; es decir, no deberíamos cambiar nuestra opinión sobre la propia Televisión Española o sobre las televisiones públicas sólo por esta cuestión.

Sin embargo, sí me parece una oportunidad idónea –sobre todo después de la notoriedad que ha llegado a tener el caso, que llegó a ser el principal trending topic de Twitter en España el viernes– para reflexionar sobre el sentido que tiene mantener, recordemos que con el dinero de todos, RTVE y todas las minis –o maxis– erreteuveés autonómicas.

Hay dos argumentos clásicos que se usan para defender las televisiones propiedad del Estado: el primero es el del "servicio público", una serie de contenidos de altísima calidad y mucho nivel cultural que no tendrían cabida en las privadas. Yo, sinceramente, no sé si cuando me hablan de eso es por Águila roja, Masterchef, el programa en el que le pegaban tiros a Sostres y el Rey en TV3 o alguna otra bazofia que no conozca, pero, sinceramente, el contenido de alto nivel cultural ni está en las televisiones públicas ni se le espera.

El segundo argumento es que las televisiones públicas no sólo informan de una forma imparcial y equilibrada, sino que darán cabida a todas las tendencias políticas y sociales. De cómo se da cabida a todas las tendencias es una excelente muestra la epopeya de Rallo; de la calidad de su información es un gran ejemplo la vergonzosa cobertura que ha dado TVE al conflicto en Gaza. Y si ese no les convence, echen un vistazo a lo que dicen los propios periodistas de TV3 sobre su cobertura de la Diada.

La realidad es que en España ninguna televisión pública ha ofrecido contenidos de una calidad y un nivel cultural que justificasen el gasto que suponen; en cambio todas han coincidido en algo: estar informativamente al servicio del gobierno de turno, ya fuese central, autonómico o municipal.

Y por si estar al servicio del gobierno de turno no fuese suficiente, las televisiones públicas han ido creando a su alrededor sus pequeñas castitas sindicales, llenas de técnicos, enchufados y periodistas que están convencidos de que la televisión es suya –recuerden lo de UGT y "nuestras instalaciones"–, de que con ella pueden hacer lo que quieran y, sobre todo, de que tienen derecho a trabajar poco y cobrar mucho.

Por si fuera poco, todas estas televisiones están distorsionando el mercado publicitario trabajando a pérdidas, debilitando a los medios privados que son los que de verdad pueden generar riqueza y puestos de trabajo que no dependan del dinero público.

Todo eso, recuérdenlo, con el dinero que ustedes pagan en impuestos y, por tanto, no pueden ahorrar o gastarse en lo que de verdad les guste y les apetezca.

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