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Carmelo Jordá

Periodismo, y política, en mal estado

Servirse de la muerte para vender periódicos es bastante cuestionable; pero usar la desgracia para vender ideas caducadas es verdaderamente repugnante.

Servirse de la muerte para vender periódicos es bastante cuestionable; pero usar la desgracia para vender ideas caducadas es verdaderamente repugnante.

Tres personas de una misma familia mueren en lo que parece un envenenamiento. En pocas horas, y sin autopsia de por medio, algunos periodistas identifican inequívocamente la causa de los fallecimientos: los cuatro afectados –hay una persona más, que afortunadamente no ha muerto– consumían habitualmente comida recogida de la basura, primero, y, después, en una versión sutilmente suavizada, caducada.

Tampoco faltaron, y como lo anterior a las pocas horas de las muertes, los que se apresuraron a sacar conclusiones de la desgracia: por supuesto, se trataba de un violentísimo asesinato del capitalismo depredador e inhumano.

Ya hace unos meses asistimos al penoso episodio del periodismo y la política del suicidio: cuando casi tenemos que cambiar nuestro sistema hipotecario y el capitalismo entero por unos dramáticos suicidios o, mejor dicho, por la conclusión apresurada que algunos periodistas y otros oportunistas sacaron de ellos.

Y es que uno ve ciertas cosas en esta bendita profesión y echa de menos la época de El Caso, cuando los sucesos sólo servían para el morbo, la sangre y esparcir un vago sentimiento sobre la maldad del ser humano. Había morbo, sí, y se explotaba la muerte, también, pero ni ante los crímenes de Landrú se sacaban conclusiones políticas con el alborozo y la ligereza con que las sacan ahora periodistas concienciados, activistas de diverso pelaje y políticos de tres al cuarto.

Porque servirse de la muerte para vender periódicos –o lograr clics– es algo bastante cuestionable; pero usar la desgracia para vender ideas caducadas, eso sí es verdaderamente repugnante.

La pobreza es un mal de prácticamente todas las sociedades modernas, pero sólo gracias al capitalismo, sí, al capitalismo, ha podido ser arrinconada como algo excepcional. Tan excepcional, de hecho, que su presunta aparición súbita como causa de unas muertes sirve para intentar arrimar el ascua a la sardina totalitaria de los agitadores.

Paradójicamente, allí donde han triunfado sus ideas, estos concienciados plumillas o los politiquillos de Twitter no podrían hacer su repugnante manipulación. En primer lugar, porque las autoridades no se lo permitirían; pero también –y más importante todavía– porque allí la muerte por hambre no es noticia.

No sé si la comida de la pobre familia de Alcalá de Guadaira estaba caducada o no, hasta que no acaben las pruebas y análisis no lo sabremos; lo que sí está en mal estado en nuestro país es buena parte del periodismo y la política.

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