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Carmelo Jordá

¿Qué quiere Israel de Gaza?

Particularmente revelador es el apoyo de cierta izquierda intelectual que era muy respetada en el resto del mundo y que siempre ha apostado por la paz

Viajé a Israel unas semanas antes de que estallase la actual espiral de violencia que ha llevado a centenares de muertos en Gaza. Fue un viaje interesante en el que mantuvimos reuniones con muchos personajes de distintos ámbitos de la vida social y política del país.

Por supuesto, para el grupo de periodistas españoles del que formaba parte pocos asuntos resultaban más interesantes que el conflicto árabe-israelí, sin embargo, en la mayoría de nuestros interlocutores se podían palpar ciertos sentimientos comunes: hastío, hartazgo, cansancio, desesperanza…

Así, mi sensación –puesta en común con compañeros periodistas y expertos– es que después de la segunda Intifada y del fracaso práctico de la desconexión de Gaza la mayor parte de la sociedad israelí no se plantea dicho conflicto sino bajo una premisa: la separación absoluta y que les dejen en paz –literalmente– de una maldita vez.

Me llenan de estupor, por tanto, las explicaciones sobre lo que actualmente está ocurriendo en Gaza que podemos ver, oir y leer en casi cualquier medio de comunicación español y que teorizan sobre la voluntad de dominio de los israelíes –¿dominio de un territorio que has abandonado voluntariamente hace sólo unos años?– o las que, peor aún, nos aseguran que la agenda oculta es el exterminio o el genocidio de una población que, curiosamente, no deja de crecer.

Una población, dicho sea de paso, a la que se avisa sistemáticamente de que se va a bombardear determinada zona o incluso cada casa. De hecho, si estos críticos tuviesen razón estaríamos asistiendo a la forma más hilarante de la guerra de Gila: "Oiga, que vengo a exterminarle".

Lo cierto es que en Israel muy pocos querían esta guerra, pero una vez iniciada muy pocos están en contra de ella. Particularmente revelador es el apoyo de cierta izquierda intelectual que, al menos hasta ahora, era muy respetada en el resto del mundo y que siempre ha apostado claramente por el entendimiento con los palestinos y por la paz. Un buen ejemplo podría ser el conocido y prestigioso novelista Amos Oz –uno de los grandes narradores vivos– que empezaba una entrevista en una radio alemana intercambiando los papeles y preguntando él a los oyentes:

¿Qué haría usted si su vecino de enfrente se sienta en el balcón, pone a su pequeño hijo en su regazo, y empieza a disparar fuego de ametralladora contra el cuarto de su bebé?

¿Qué haría usted si su vecino de enfrente cava un túnel desde el cuarto de su bebé hasta el cuarto del suyo con el fin de hacer estallar su casa o de secuestrar a su familia?

Dos preguntas que pueden parecer brutales, pero que resumen a la perfección lo que hace Hamás desde Gaza: utilizar casas, guarderías, hospitales y cualquier instalación civil para sus planes criminales contra Israel. Unos planes que es cierto que no causan un número alto de víctimas, pero no por una cuestión de suerte: yo mismo he visto cómo en el sur del país las guarderías, muchas viviendas e incluso las paradas de autobús tienen extrañas formas y gruesos muros de hormigón y no por capricho, sino porque están preparadas para resistir el impacto de una bomba. Eso, sin contar con el multimillonario sistema antimisiles de la Cúpula de Hierro que los israelíes pagan con sus impuestos, un dinero que les aseguro que preferirían dedicar a otros menesteres.

No, Israel no gastaría ese dinero y mucho menos aún sacrificaría a sus jóvenes –ya han muerto varias docenas– si la amenaza de Hamás no resultase insoportable o si pudiese solucionarse de otra forma mucho menos onerosa y dolorosa.

Pero es que Hamás no es lo que a nosotros nos gustaría que fuese, no es lo que a Israel le gustaría que fuese y, sobre todo, no es lo que la izquierda española y europea cree que es: son fanáticos asesinos sin escrúpulos, tan cegados por su forma de entender la religión que están dispuestos a sacrificar a sus hijos y a sus mujeres.

Desde nuestros valores occidentales, que son los de Israel y que ensalzan por encima de cualquier cosa la vida humana, nos parece inconcebible que alguien desate una ofensiva enemiga en la esperanza de recolectar un buen número de muertos que le hagan ganar una batalla política o propagandística; desde los valores de Hamás un muerto por Alá no es sino un motivo de orgullo y un paso más en pos de la victoria final, que no es otra que la aniquilación del enemigo.

No, Israel no quiere exterminar a nadie ni ocupar nada, pero ¿cómo luchar contra un oponente que desprecia la vida de los suyos? ¿Qué normas se pueden respetar cuando tu enemigo no respeta las más básicas? ¿Cómo puede defenderse Israel de gentuza tan salvaje e inmoral como Hamás? ¿Qué hacer cuando disparan a tus hijos con un niño en brazos?

Israel no sólo tiene la necesidad de defenderse: tiene el derecho de hacerlo y también el deber. Y tiene que llevar a cabo esa defensa en una región del mundo en la que la fuerza sigue siendo necesaria y contra un enemigo que no entiende otro lenguaje. Desde aquí es muy fácil usar expresiones como exterminio o genocidio, pero si las bombas cayesen sobre nuestras casas y nuestras calles quizá entenderíamos que hay ocasiones en las que la única salida que te queda es la guerra.

Y en la guerra, incluso cuando haces todo lo posible por evitarlo, mueren personas y mueren inocentes. Es triste, es lamentable, pero es así.

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