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Carmelo Jordá

Sí a la violencia policial

Lo peor de todo lo que ocurrió el domingo fue el escándalo por la actuación de policías y guardias civiles en su intento, lamentablemente vano, de que se cumpliese la ley.

Lo peor de todo lo mucho y muy malo que ocurrió el pasado domingo fue el escándalo por la actuación de policías y guardias civiles en su intento, lamentablemente vano, de que se cumpliese la ley.

Es el peor síntoma de que esta sociedad está perdida gracias a una mezcla de ignorancia, buenismo y lisa y llana estupidez, de gente que no se da cuenta de lo que significa vivir en un país en el que una autoridad o un carguito –sea el presidente de la Generalidad, la Forcadell, el alcalde del pueblo, un diputado de la CUP o un tío de la ANC– puede ordenar que pisoteen tu libertad y tus derechos más básicos y no haya forma humana de evitarlo.

Desde que existe algo a lo que podamos denominar sociedad civilizada, ésta se mantiene así porque es capaz de emplear la fuerza contra aquellos que amenazan la seguridad y las libertades públicas. En las democracias liberales que conocemos, el imperio de la ley va indisolublemente unido a la capacidad del Estado para imponer ese imperio y hacerlo, cuando es necesario, con el uso de una violencia de la que tiene el monopolio legítimo y legal.

En el caso concreto que nos ocupa, y sin entrar a valorar la miseria moral de aquellos que llevan a niños y ancianos a un lugar en el que puede haber disturbios, las fuerzas del orden estaban intentando cumplir con un mandato judicial. Incluso si lo hacían pacíficamente, cosa que no ocurrió en todos los casos, ni mucho menos, la gente que se agolpaba en las puertas de los colegios estaba, sabiéndolo o no, cometiendo a su vez al menos un delito y puede que más de uno.

Pero aunque no fuese así, las fuerzas de seguridad tienen que hacer todo lo que puedan para cumplir una orden que, recordemos, no les habían dado Rajoy y Franco reunidos en conciliábulo espiritista, sino que estaba en un auto de una magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Y yo, que estuve todo el día siguiendo las imágenes que llegaban de Barcelona, lo que pude ver fueron policías y guardias civiles con muchísima paciencia mientras eran insultados gravemente y, sólo en casos de necesidad extrema, hacían uso de una fuerza para la que no sólo estaban habilitados, sino que tenían el deber de utilizarla.

Hemos oído mucho en estos días que no se puede hacer política con la violencia, pero la verdad es justo al revés: sólo se puede hacer política gracias a al existencia anterior de la violencia legítima que nos protege del delito y de la ley del más fuerte. La realidad, nos guste o no, es que si nos negamos por completo a usar la violencia dejaremos de vivir bajo el paraguas de cualquier otra ley que no sea la de la jungla.

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