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Carolina Jaimes Branger

El peso de las palabras

¿Por qué le quitamos importancia a cosas que sí la tienen? Se trata del primer paso para aceptar como normales lo anormal, para aceptar como parte de nuestra cotidianidad lo que en cualquier parte del mundo civilizado serían hechos punibles.

Martilleos, matracas, trajines: eufemismos para no llamar las cosas por su nombre. En Venezuela vivimos una descomposición que es obvia en todos los órdenes. Pero quizás en el orden de las palabras es más obvia que en ningún otro, porque las palabras son el vehículo para expresarnos.

Y nuestras palabras han perdido peso. ¡Auxilio, por favor! Y es que perdiendo peso pierden significado, pierden contundencia, pierden esencia. Nos hemos acostumbrado a usar otras palabras que además de suplantar las palabras adecuadas, en muchos casos banalizan los hechos que las palabras describen.

Por ejemplo: un amigo vivió una muy desagradable experiencia con unos policías que lo detuvieron; él estaba sin papeles. En vez de ponerle una multa, como habría correspondido, los oficiales le quitaron la cartera, le extrajeron la tarjeta de crédito y lo llevaron al banco para que sacara dinero. ¡Un secuestro express hecho por la policía! Yo le dije que los denunciara y me contestó que para qué, que sabrían dónde vive, qué hace, dónde estudian sus hijos y prefería "dejarlo así". ¿Cuántas cosas "dejamos así"? Muchas. Lo peor, y a eso viene el tema de este artículo, es que en la reunión en la que nos contó lo que le había pasado, uno de los asistentes le dijo: "no chico, no te robaron, te martillaron". ¿Cómo que no lo robaron? ¡Literalmente le robaron a mano armada! Pero en Venezuela, en vez de llamar las cosas por su nombre, recurrimos a eufemismos, que no son otra cosa que la expresión suavizada de una idea dura.

¡Qué bríos! Así, cuando nos violan todos los derechos, cuando nos imponen leyes que ya hemos rechazado vía referéndum, cuando se burlan de nosotros en nuestras narices, lo que decimos es que "nos están calentando como a la rana del cuento". Y, si sabemos que la fulana rana terminó escaldada, ¿por qué no reaccionamos?

Aquí a los robos los llamamos martilleos, a los sobornos les decimos matracas y a las sinvergüenzuras trajines... Y no son martilleos ni matracas ni trajines. ¿Por qué le quitamos importancia a cosas que sí la tienen? Es terrible porque es el primer paso para aceptar como normales las cosas que son anormales, para aceptar como parte de nuestra cotidianidad lo que en cualquier parte del mundo civilizado serían hechos punibles.

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