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Cayetano González

A la oposición, a curarse

Tengo para mí que el PSOE va a vivir un largo periodo en la oposición antes de volver a estar en condiciones de ser un partido con posibilidades para gobernar.

Eso es lo que le espera al PSOE si la lógica de los hechos se cumple, algo que en política no siempre sucede de forma automática. Por ejemplo, hasta hace muy poco tiempo las dos cuestiones que más castigaban los ciudadanos a la hora de votar a un partido o a otro eran la corrupción y las peleas internas. Ya ha quedado suficientemente acreditado –basta con ver los resultados del PSOE en Andalucía o del PP en la Comunidad Valenciana– que lo de la corrupción se ha caído de ese elenco de causas que los votantes penalizan.

Tengo para mí que el PSOE va a vivir un largo periodo en la oposición antes de volver a estar en condiciones de ser un partido con posibilidades para gobernar. El bochornoso y lamentable espectáculo del Comité Federal de hace unos días fue la gota que colmó el vaso, pero los males que lo aquejaban vienen de bastante atrás: concretamente, de una sucesión mal resuelta de Felipe González en 1997; aunque el que le hizo un daño muy grande al PSOE, hasta derivar en lo que hemos visto en estas semanas, fue Zapatero, tras su llegada a la Presidencia del Gobierno, en marzo de 2004.

De Pedro Sánchez y su afán de ser presidente a toda costa con sólo 85 diputados y con el apoyo de Podemos y los independentistas catalanes se pueden decir muchas cosas; así como de su empecinamiento en el "no es no" a Rajoy y de su falta de visión y de estrategia política para comprender que su adversario político no es el PP sino Podemos: hasta el propio presidente de la gestora socialista, el tranquilo y ponderado Javier Fernández, lo ha denunciado: "Nos podemizamos".

Pero todos esos hechos no explican por sí solos el estado traumático en el que se encuentra el PSOE. Los males, repito, empezaron de una forma clara cuando Zapatero llegó a la Moncloa. En la cuestión nacional su actuación fue un auténtico desastre, ¿o es que ya no nos acordamos de cuando le dijo a su amigo Pascual Maragall que apoyaría en Madrid lo que llegara del Parlamento de Cataluña? ¿También se nos ha olvidado aquello de que el concepto de nación es algo "discutido y discutible"?

Junto a la cuestión nacional, el proceso de negociación política con ETA, que soliviantó y ofendió no solamente a la mayor parte de las víctimas del terrorismo, sino a sectores muy numerosos de la sociedad española, y leyes como la de la memoria histórica, la del matrimonio –llamándolo así– homosexual o la del aborto libre –sin necesidad de consentimiento paterno para las menores– reabrieron debates en el seno de la sociedad que en ningún caso eran prioritarios y que sin embargo tuvieron un efecto de enfrentamiento y crispación muy importante.

Zapatero fue despojando al PSOE de algunas de las señas de identidad que habían hecho que gobernara en España durante veintiún. Consiguió que abandonara el espacio del centro-izquierda para convertirlo en un partido radical y con grandes dosis de sectarismo, sobre todo en cuestiones que hacen referencia al modelo de sociedad, a nuestra historia reciente, a instituciones como la familia y a los valores religiosos.

Si a todo eso se añade el nacimiento, hace algo más de dos años, de Podemos y su capacidad de atracción, al menos de momento, del voto de la gente joven de izquierdas, se entenderá por qué el PSOE tiene una larga y compleja tarea por delante. Comparto al cien por cien lo dicho por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en el programa de Federico: "El peor PSOE es mejor que Podemos". Pero, puestos a pedir, preferiría un PSOE centrado, con un discurso nacional, no sectario, que vuelva en un razonable periodo de tiempo a ser el referente de la izquierda. Mientras tanto, lo mejor es que esté en la oposición, curándose las múltiples y graves heridas.

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