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Cayetano González

Diecisiete años después... hemos perdido

El proyecto político de ETA está en estos momentos más fuerte que nunca.

El proyecto político de ETA está en estos momentos más fuerte que nunca.

Cada aniversario del asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco, cometido en aquellos tres días terribles del mes de julio de 1997, sirve no sólo para recordar aquel atroz crimen perpetrado por ETA en la persona del joven concejal del PP de Ermua, también para preguntarnos dónde y cómo estábamos entonces en la batalla por derrotar a la banda terrorista y dónde y cómo estamos ahora.

Desgraciadamente, hay elementos más que sobrados para concluir que a día de hoy estamos peor. Ya sé que lo políticamente correcto sería decir que, como ETA no mata, estamos mucho mejor. Eso es lo que piensan muchos ciudadanos vascos: los que son nacionalistas porque se han quitado un peso de encima que gravaba sobre sus conciencias; otros, no nacionalistas, porque, tras vivir diariamente con la angustia y el clima asfixiante creado por ETA y su mundo, consideran que la situación actual es casi paradisiaca. Y luego está cierta clase política y periodística de Madrid que, bien por ignorancia, por frivolidad, por comodidad, por cobardía o por una mezcla de estos factores está dispuesta a mantener la tesis oficial de que ETA ha sido derrotada por el Estado de Derecho.

Pero hay cuestiones, y el dolor y daño causado por el terrorismo de ETA durante tantos años es una de ellas, en las que algunos no estamos dispuestos ni a ser políticamente correctos ni a dejarnos llevar por ese discurso fácil e, insisto, cobarde y cómodo de que ETA ha sido derrotada. No, no es así. ETA ha podido ser derrotada policialmente, y eso es un mérito atribuible exclusivamente a la labor sacrificada, abnegada y eficaz de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Policía Nacional y Guardia Civil, porque la Ertzaintza pocas medallas se puede poner al respecto.

Pero ETA es algo más que una banda de criminales y pistoleros. ETA es un proyecto político totalitario que nació en 1959 para supuestamente combatir el régimen franquista pero que continuó matando después de llegar la democracia, porque, llevada por su odio a España, lo que buscaba era la destrucción de la Nación y, por supuesto, la independencia de esa Euskadi idílica y pastoril soñada por el visionario de Sabino Arana que comprende los tres territorios de la actual Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y tres provincias del sur de Francia, lo que los nacionalistas llaman Iparralde.

Ese proyecto político de ETA está en estos momentos más fuerte que nunca. Es la segunda fuerza política en el Parlamento vasco, gobierna la Diputación Foral de Guipúzcoa, el Ayuntamiento de San Sebastián, muchos otros consistorios de País Vasco y sus expectativas electorales en Navarra son muy buenas: en las últimas elecciones europeas la marca de ETA quedó en segunda posición, superando ya a un moribundo Partido Socialista de Navarra. ¿Puede por cierto garantizar el nuevo secretario general del PSOE que su partido nunca a apoyará ni se coaligará con una marca de ETA para llegar al poder o para echar de él a la derecha, por ejemplo, en Navarra a UPN? Porque si se ha apresurado a decir que el PSOE nunca gobernará con el PP, no creo que sea mucho pedir que se pronuncie sobre si lo haría con Bildu, con Sortu o como se denomine en un futuro la marca de ETA.

No sé si ETA llegará pronto a alcanzar el poder total en el País Vasco. La última encuesta del Euskobarómetro le alejaba de esa posibilidad, al mantener e incluso reforzar al PNV como primer partido en el Parlamento autonómico, con 29 escaños de 75, mientras que Bildu obtendría 22. Pero ya veremos lo que consigue esta marca de ETA en las próximas elecciones municipales y forales, mucho más si el Gobierno del PP lleva a cabo esa partidista reforma de la ley electoral para que el alcalde sea el candidato de la lista más votada. Si eso es así, que se prepare Rajoy para no cansarse de contar en la misma la noche electoral la cantidad de ayuntamientos en el País Vasco y Navarra que caerán en manos de ETA. Pero a los Arriola's Boys probablemente eso les parezca una cuestión menor, porque hay otros intereses electorales en juego.

Pues bien, si en el momento actual, y a la vista de lo que puede suceder en un futuro próximo, es muy difícil negar la realidad de que ETA va ganando, hace diecisiete años, cuando asesinó a Miguel Ángel Blanco, no era así. Aquel atentado supuso un punto de inflexión en la reacción social y política contra ETA y contra el nacionalismo obligatorio, que encarnaba mejor que nadie el PNV. Baste recordar que el partido que entonces presidía Arzalluz se asustó tanto ante esa reacción que optó por irse con ETA a Estella para pactar que unos siguieran moviendo el árbol y los otros recogiendo las nueces. Lo mismo que luego hizo Carod Rovira en Perpiñán.

Hace diecisiete años, el constitucionalismo político, cultural y social tenía bastante fuerza en el País Vasco y plantó cara al nacionalismo. El PP vasco era entonces un referente moral y ético para muchos españoles por su lucha en favor de la libertad; y el PSE de Nicolás Redondo y Rosa Díez, lo mismo. Nació el Foro de Ermua, con gentes como Vidal de Nicolás o Jon Juaristi, y movimientos como Basta Ya, que fueron clave en esa batalla cultural, intelectual y social contra el nacionalismo y contra la expresión violenta de este.

Diecisiete años después, el PP y el PSE están literalmente hundidos en el País Vasco. La última encuesta del Euskobarómetro da 12 diputados a los socialistas y 7 a los populares, cuando ambos partidos, en las famosas elecciones de 2001, con Mayor Oreja y Redondo Terreros como candidatos a lehendakari, sacaron un total de 32 escaños: 19 el PP, 13 el PSE. El constitucionalismo, a día de hoy, prácticamente no existe en el País Vasco y, desde luego, no es referente de nada ni de nadie.

¿Responsables de que se haya llegado a este punto? Sin ningún género de dudas, en muy primer lugar, el expresidente Zapatero, que con su suicida proceso de negociación política con ETA proporcionó a la banda terrorista un balón de oxígeno cuando se encontraba contra las cuerdas y con el agua al cuello debido a la política que habían llevado a cabo los Gobiernos de Aznar.

Pero Rajoy no está libre de culpa. Al dar continuidad a la manida hoja de ruta" que Zapatero había pactado con ETA –y que el expresidente socialista transmitió con pelos y señales al inane ministro del Interior en una insólita reunión de dos horas celebrada en la sede del ministerio–, estaba renunciando en la práctica a derrotar no sólo a la ETA de los comandos, que eso ya se lo encontró hecho, sino al proyecto ideológico y político por el que la banda ha asesinado a 857 personas.

De ahí el titular de este artículo: transcurridos diecisiete años desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, no es que ETA nos haya ganado, es que hemos perdido nosotros –entiéndase este plural mayestático dirigido fundamentalmente a políticos, jueces, instituciones como el Tribunal Constitucional que legalizó a Sortu...–, por incomparecencia, por haber renunciado casi al final del partido a seguir dando la batalla para conseguir la derrota total y absoluta de la organización terrorista: no sólo de los que aprietan el gatillo, también de los que están en las instituciones defendiendo el proyecto político por el que asesinaron, entre otros, a Miguel Ángel Blanco.

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