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Cayetano González

El PP tiene que bajar de la nube

137 escaños son exactamente eso, 137 escaños. Con eso no se puede gobernar.

137 escaños son exactamente eso, 137 escaños. Con eso no se puede gobernar.
Rajoy, en la noche del 26-J | TV

Es comprensible el estado de euforia que se apoderó de las huestes del PP tras el triunfo en las elecciones del pasado 26-J, que tuvo su máxima y a la vez ridícula expresión en el numerito de esa noche en el balcón de Génova, con Rajoy como actor principal de una función que en su conjunto produjo más vergüenza ajena que otra cosa.

Pero han pasado más de ocho días y va siendo hora de que tanto Rajoy como su guardia de corps bajen de la nube a la que ocho millones de votos les subieron el 26-J y sean conscientes de que 137 escaños son exactamente eso, 137 escaños; es decir, el segundo peor resultado del PP desde su refundación, en el Congreso de Sevilla de 1990. Un resultado que, efectivamente, mejoró en catorce escaños el cosechado hace seis meses, pero que deja a Rajoy y a su partido a 39 diputados de la mayoría absoluta que sí consiguió en 2011 de forma holgada, al obtener 186 diputados.

Una vez que bajen de la nube, en el PP empezarán a darse cuenta de varias cosas: la primera y más urgente, que, para que en la segunda votación de su hipotética investidura Rajoy tenga más síes que noes, es imprescindible la abstención del PSOE. Si los socialistas no se abstienen, no habrá investidura. Y a día de hoy, a tenor de las declaraciones de los actuales dirigentes y de una buena parte de los barones regionales socialistas, la abstención del PSOE cotiza a la baja.

Pero, haciendo un ejercicio de optimismo, pongámonos en el caso de que al final los socialistas, todos o los diputados necesarios, se abstienen y Rajoy es investido presidente. ¿Qué pasará entonces? ¿Cómo y con quién gobernará el líder del PP? La primera interrogante está muy condicionada por la segunda. Si Rajoy no logra ningún apoyo, se encontrará en la soledad más absoluta; eso sí, con esos 137 escaños que le produjeron tanta alegría en la noche del 26-J, pero que son totalmente insuficientes para aprobar cualquier proyecto de ley en el Congreso.

En el escenario de un acuerdo con Ciudadanos, es de prever que el partido de Rivera no se lo ponga fácil a Rajoy; entre otras cosas, sus más de tres millones de votantes no entenderían que apoyaran, entrando en él o no, un Ejecutivo del PP sin pactar previamente muchas de las reformas que España necesita. ¿Hasta dónde estarían dispuestos a ceder Rajoy y su partido para granjearse el apoyo de los 32 diputados naranjas?

Y mientras que empieza el baile, Rajoy a lo suyo: disfrutando como él solo sabe hacerlo de este momento, donde ni los suyos conocen si ha llamado a alguien, si piensa hacerlo, si le dirá sí, no o depende al Rey cuando empiece la ronda de consultas... Rajoy en estado puro, con un partido además totalmente entregado, a sus pies, en cuyo próximo Congreso hará y deshará a su único y exclusivo parecer.

Los estados de ánimo, los momentos de fervorín son pasajeros y se acaban diluyendo porque carecen de consistencia. Unos momentos en los que, por lo demás, España se ha convertido en una especie de zoco, donde los nacionalistas aprovechan para lo de siempre: los de ERC quieren venir a la Moncloa para "ponerle colorado" a Rajoy, sin más precisiones; el lehendakari Urkullu plantea la agenda vasca con los presos de ETA incluidos en ella; los nacionalistas canarios algo reclamarán, y también los gallegos. Pero en el PP están muy contentos: han ganado las elecciones, el momento hay que disfrutarlo, y para todo lo demás ya está Rajoy con su "magistral manejo de los tiempos".

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