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Cayetano González

Los nacionalistas no deben ser decisivos

Para los nacionalistas, todo lo que suponga debilidad de España es visto, con razón, como un factor de fortaleza propia.

No hay que echarle mucha imaginación para pensar que, en la noche electoral del domingo, donde realmente hubo alegría al conocerse el resultado final fue en las sedes de PNV, de ERC y también, aunque menos, de la de la extinta Convergencia, que ahora ha acuñado el nombre de Democracia y Libertad.

Los motivos de esa alegría son evidentes: para los nacionalistas, todo lo que suponga debilidad de España es visto, con razón, como un factor de fortaleza propia. Y si además los resultados les convierten en actores decisivos para la conformación de una hipotética mayoría cuyo núcleo central fuera un acuerdo PSOE-Podemos, entonces ese gozo es inmenso. Sobre todo, cuando se había vendido la idea de que la irrupción de los partidos emergentes –Podemos y Ciudadanos– iba a suponer el final del bipartidismo y del tiempo en que los nacionalistas podían influir en y mediatizar a los Gobiernos "de Madrid", como tanto les gusta decir.

Por todo ello, es de esperar que en lo que todavía queda del PSOE, tras el batacazo que se dieron el domingo –de una entidad no menor, cualitativamente hablando, del que se dio el PP–, no se imponga esa tendencia que muy probablemente estén barajando algunos de sus actuales dirigentes de hacer un frente popular en el que se incluya no sólo a Podemos y a los dos diputados de IU, también a ERC, PNV y si fuera necesario incluso la antigua Convergencia. Permitir que los que han dado muestras más que sobradas durante tantos años de que lo que quieren es que España deje de ser España mediante los procesos secesionistas de sus respectivas comunidades autónomas sería letal y suicida no sólo para el PSOE, sino sobre todo para el futuro de nuestra nación.

Hablaba antes de la debilidad de España tras los resultados del domingo. Es una gran debilidad, por ejemplo, que en Cataluña el partido que gobierna en España sea la sexta fuerza política, con el 11% de los votos y sólo 5 diputados de un total de 47. O que Ciudadanos, la fuerza emergente del constitucionalismo en las elecciones autonómicas de hace tres meses, haya tenido un pésimo resultado, con el 13% de los votos y también 5 diputados.

Pero si miramos al País Vasco, el panorama es igual de desolador. El PP es la quinta fuerza política, con el 11,6% de los votos y dos escaños de un total de 18. El PSE no le va a la zaga, porque es la cuarta fuerza, con el 13,2% de los votos y tres diputados. Y Ciudadanos solo cosechó el 4% de los votos y ningún escaño. Es decir, en las dos comunidades donde en los últimos años se han puesto en marcha procesos secesionistas los llamados partidos nacionales están, en unas elecciones generales, a la cola del pelotón.

Por si esto no fuera un serio motivo de preocupación, resulta que en las elecciones del domingo la primera fuerza política tanto en Cataluña como en el País Vasco ha sido Podemos, que defiende el derecho de autodeterminación y específicamente la celebración de un referéndum en la arcadia de los Pujol.

Es normal que Pedro Sánchez no quiera apoyar, ni con la abstención, la investidura de Rajoy, sobre todo por mantener una cierta coherencia, después de haberle espetado a la cara en el debate televisivo de hace unos días que era un presidente "indecente". Hasta ahí se puede entender. Pero lo que sería de muy difícil comprensión es que, con tal de llegar al poder y echar de él al PP, pacte ya no sólo con Podemos sino con los principales partidos nacionalistas, cuyo objetivo principal, repito, es que España deje de ser España. Es mucho mejor ir en la primavera a unas nuevas elecciones y que los españoles, ante el panorama tan complicado e ingobernable que ellos mismos han dibujado este domingo, tengan una segunda oportunidad para volver a pronunciarse. Todo antes que dejar que los nacionalistas sean decisivos y determinantes para investir al próximo presidente del Gobierno de España.

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