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Cayetano González

Mediocridad y vulgaridad

Los atentados terroristas cometidos en París han servido para confirmar algo que ya se sabía: en España tenemos una clase política mediocre y vulgar

Los atentados terroristas cometidos en París hace diez días han servido para confirmar algo que ya se sabía: en España tenemos una clase política mediocre y vulgar. Sé que cualquier afirmación genérica puede ser algo injusta, pero en este caso, salvo muy contadas excepciones, las reacciones, los posicionamientos, de unos y de otros, tras la masacre se han hecho acreedores a ambos adjetivos.

Empezando por quien debería liderar la reacción política y social del gobierno y de la sociedad española ante hechos tan graves y dramáticos. Los esfuerzos realizados por Rajoy en estos días para no mojarse cuando le han preguntado sobre el grado de participación e implicación de España en una respuesta miliar contra el Estado Islámico han sido de aurora boreal. Y todo por una falta de convicciones e ideas sobre el papel que debe de desepeñar nuestra nación en un momento tan delicado, a lo que habría que añadir el pavor que tiene el candidato del PP a que, a escasas cuatro semanas de las elecciones generales, se pudieran repetir hechos similares a los que tuvieron lugar hace once años, tras el atentado del 11-M en Madrid, que fueron la tumba del PP y del propio Rajoy, cuya imagen en la calle Génova el día de reflexión pidiendo que se pusiera fin al cerco de las sedes de su partido fue algo patético.

La actual debilidad de España en el contexto internacional es evidente, y tiene como principal responsable al anterior presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El primer gesto de este, a las veinticuatro horas de llegar a La Moncloa, en abril de 2004, fue toda una declaración de intenciones de lo que iba a ser su despolítica internacional: la retirada de las tropas españolas de Irak, seguida a los pocos días del llamamiento que hizo desde Túnez a los países aliados para que hicieran lo mismo. Pero Rajoy, tras cuatro años al frente del Ejecutivo, no es que haya modificado ni mucho ni poco nuestra posición en ese contexto. Simplemente se ha limitado a su máxima en política: no hacer nada, confiando en que el paso del tiempo vaya resolviendo los problemas, en este caso, de la falta de prestigio y de influencia de España en el exterior.

Cosas similares o peores se pueden decir del líder del PSOE, Pedro Sánchez; aunque el que supera, una vez más, todos los registros de estupideces verbalizadas ha sido el líder de Podemos, Pablo Iglesias. En estos días quizá Sánchez se haya arrepentido de aquella maldita ocurrencia que tuvo al poco de ser elegido secretario general del PSOE, cuando propuso la supresión del Ministerio de Defensa. En cuanto a Iglesias, ¿qué decir de alguien que permite que haya voces en su partido que culpen a François Hollande, por la participación de Francia en la ofensiva militar en Siria, de los atentados terroristas yihadistas en París? Iglesias ha olido sangre en todo este asunto y quiere capitalizar ese sentimiento de no a la guerra que hubo en España en torno a la guerra de Irak, y que fue aprovechado por el PSOE en las elecciones generales de marzo de 2004.

Es en los momentos de grave crisis mundial como los que estamos viviendo cuando salen a relucir las fortalezas o las debilidades de un país y de su clase dirigente. Y ante lo que muchos responsables políticos de otras latitudes califican ya sin ambages como la III Guerra Mundial aquí seguimos discutiendo si son galgos o podencos. Y así nos va.

Por no hablar de la fuerza y del orgullo con el que los franceses han enseñado en estas fechas sus símbolos: la bandera y el himno. Ambos les han unido, les han ayudado a sobrellevar el dolor por la agresión sufrida. Por el contrario, aquí seguimos acomplejados a la hora de sacar nuestra bandera y no pasa nada cuando el himno es silbado y vituperado, como sucedió en mayo en la final de la Copa del Rey en el Nou Camp. Es el complejo que de forma vomitiva expresó hace unos días la jefa de prensa de Podemos a las puertas de la embajada de Francia, cuando los congregados en aquel lugar, españoles en su mayoría, cantaban La Marsellesa en señal de solidaridad con el país vecino: "Fachas, sois unos putos fachas", dijo la pava, y se quedó tan ancha.

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