Casi todo lo que ha rodeado la pantomima del denominado desarme de ETA y su escenificación en Bayona estuvo trufado de indignidad. Los más directamente afectados fueron los de siempre, los que deberían estar en el lugar más relevante de nuestra historia reciente: las víctimas del terrorismo.
He dicho "casi todo" porque, dentro de este lamentable escenario, habría que destacar la iniciativa del manifiesto Por un fin de ETA sin impunidad, impulsado por personas tan ejemplares en la lucha contra la dictadura etarra como Maite Pagazaurtundúa o Consuelo Ordóñez, ambas víctimas del terrorismo; por el filósofo Fernando Savater o por el exmiembro del PNV Joseba Arregui. Un manifiesto que a día de hoy hemos firmado ya 20.000 personas, que son muchas, pero que a mí me parecen pocas, considerando lo que dice y pide. Animo a los lectores de LD a que lo lean en change.org y a que, si lo desean, se adhieran a él. Es lo mínimo que podemos hacer los ciudadanos pensando en la Memoria, en la Dignidad y en la Justicia que se merecen las víctimas del terrorismo.
Salvo esa iniciativa, poco más se puede destacar. Indigno fue que el PSE estuviera con Otegui en la foto previa al desarme, aunque tampoco es de extrañar. ¿O se ha olvidado otra foto indigna, la del ahora candidato a la Secretaría General del PSOE Patxi López también con Otegui, en julio de 2006, en un hotel de San Sebastián, en pleno proceso de negociación política de Zapatero con ETA? Lo de menos es que la representante del PSE en la foto con Otegui de la pasada semana fuera la actual pareja de Jesús Eguiguren, el principal negociador con la banda terrorista en época de Zapatero; lo de más es que los socialistas vascos hace tiempo que perdieron el norte y más cosas a la hora de posicionarse políticamente para conseguir la derrota de ETA sin ofender a las víctimas del terrorismo, incluidas las suyas.
También indigno ha sido el papel que, con el consentimiento de Rajoy, ha desempeñado el lehendakari Urkullu, presentándose a la opinión pública como una especie de hombre bueno, de hombre de paz, de hombre que nunca ha roto un plato. No dudo de que el ciudadano Urkullu esté y haya estado en contra de la violencia de ETA, pero el partido al que pertenece y del que ha sido presidente, el PNV, no ha ayudado nada, absolutamente nada, a combatir desde el Estado de Derecho a la banda terrorista. Incluso llegó a cometer la indignidad de hablar y pactar con ETA en Estella en 1998, un año después del asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco.
Como también hubo mucha indignidad, y algo más, en la foto del pasado miércoles del lehendakari Urkullu con la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, el presidente de la Mancomunidad de Iparralde y el portavoz de la sedicente Comisión Internacional de Verificadores. Una foto que mandaba un claro mensaje: el objetivo del PNV y de ETA de una Euskadi integrada por siete territorios –los tres de la Comunidad Autónoma Vasca, más Navarra y los tres del País Vasco francés– sigue ahí.
¿Y el presidente del Gobierno tiene algo que decir al respecto o, como en él es habitual, prefiere permanecer de perfil? ¿Qué hace Rajoy para evitar que dé la impresión, que la está dando, de que ETA quiere blanquear su pasado criminal? ¿Qué hace para evitar que las víctimas del terrorismo, y con ellas muchos españoles, se sientan indignadas? Ojalá el ministro de Interior no tenga que tragarse sus palabras de que no habrá ninguna concesión en política penitenciaria a los presos de ETA tras la pantomima del desarme, o del siguiente paso que darán, que será el anuncio de su disolución. Los precedentes –Bolinaga–, la falta de convicciones y de una política antiterrorista propia por parte de Rajoy no juegan a favor de las buenas intenciones de Juan Ignacio Zoido.