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Cayetano González

¿Qué tal si pensamos un poco más en España?

Si el punto de partida para introducir cambios es el apaciguamiento de los nacionalistas, eso significa que no hemos aprendido nada de nuestra historia.

Es ya un clásico que cuando se acerca un nuevo aniversario de la Constitución –este martes se cumplirán 38 años desde su aprobación en referéndum– se vuelva a hablar de la necesidad de su reforma, sin que se concrete qué, para qué y por qué. Quienes hablan de ello son exclusivamente los políticos y algunos medios de comunicación, es decir, todo muy endogámico. La preocupación que por esta cuestión tiene el ciudadano de a pie es perfectamente descriptible.

Hay varios aspectos irritantes de este falso debate. El primero es que en la mayor parte de las ocasiones se plantea la reforma como una manera de dar mayor satisfacción a los nacionalistas –buscar su encaje en España, se dice–, sin que se acepte que estos lo que en realidad quieren es la ruptura del marco constitucional, porque su nación no es España sino Cataluña, Euskadi o Galicia. Parece mentira que, después de treinta y ocho años, todavía se piense que los independentistas van a renunciar a lo que es su razón de ser.

En segundo lugar, resulta bastante irritante la posición del PSOE. Unos días se levantan con el modelo federal a cuestas y otros con el federalismo asimétrico, que ni ellos saben lo que es. En Cataluña defienden que esta comunidad autónoma sea una nación, algo que acaban de imitar los socialistas vascos –lo poco que queda del PSE– para poder pactar con el PNV. Al mismo tiempo, a la eterna aspirante a liderar el PSOE Susana Díaz se le llena la boca con la palabra España, pero no tiene empacho en ver con buenos ojos ese pacto de los suyos con los nacionalistas vascos o templa gaitas con Iceta y se apunta a la reforma constitucional como mejor vía para resolver el problema catalán. En fin, un totum revolutum el de los socialistas que no hay por dónde cogerlo.

Mientras se asiste a este espectáculo bochornoso de desmoronamiento del orden institucional, nadie plantea que a lo mejor lo que hay que hacer es todo lo contrario: pensar un poco más en España como nación y menos en los intereses localistas, particulares y egoístas de los nacionalistas. Pensar en cómo reforzar y no debilitar la identidad nacional; pensar en que la Constitución está para que todo el mundo la cumpla y no para tolerar que algunos se la salten a la torera.

Es evidente que para hacer frente al secesionismo es necesario tener y creer en un proyecto nacional. El PP, teóricamente, lo tiene, aunque en la práctica su relativismo ideológico también haya alcanzado a esta cuestión esencial. Por no hablar de su debilidad como partido en Cataluña o en el País Vasco. Lo del PSOE es mucho más grave. A sus crisis interna se une desde hace tiempo una posición ideológica sobre la Nación enormemente confusa, que tuvo su máxima expresión en aquella famosa sentencia de Zapatero: "El concepto de nación es discutido y discutible". Con un PSC que es más nacionalista que socialista y con un PSE bajo mínimos electorales y asumiendo gran parte del discurso del PNV, el horizonte socialista es muy preocupante.

Se dice, y es verdad, que las Constituciones no son inamovibles y que no pasa nada por retocarlas. Pero si el punto de partida para introducir cambios es el apaciguamiento de los nacionalistas, eso significa que no hemos aprendido nada de nuestra historia. Y en cualquier caso es muy dudoso que en la actualidad el pueblo español, al que se supone que le darían la palabra en un referéndum, apoyara mayoritariamente algo que tiene como fin contentar a quienes quieren que España deje de ser España. A la vista está que últimamente los referéndums los carga el diablo. En nuestro caso, no haría falta la intervención de Lucifer. Basta con el sentido común de los españoles. Si alguien tiene alguna duda al respecto, que haga la prueba.

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