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Cayetano González

Una mujer de gran talla humana y moral

Ana siempre consideró que el separatismo era el gran cáncer del País Vasco.

El 10 de enero de 1980 fue un día que marcó para siempre la vida de una mujer y de cuatro niñas de corta edad. Ese día, que amaneció gris y lluvioso en Vitoria, un comando de ETA asesinó en pleno centro de la ciudad al Comandante del Arma de Caballería, Jesús Velasco Zuazola, a la sazón Jefe del Cuerpo de Miñones de Álava, la Policía Foral de este territorio. Ese día, Ana María Vidal-Abarca y sus cuatro hijas: Ana, Begoña, Inés y Paloma, se quedaron –como tantos otros guardias civiles, policías nacionales o militares asesinados por la banda terrorista en esos años- sin un marido y sin un padre.

Quien esto escribe era entonces un joven periodista, redactor de la Agencia EFE en Vitoria. Me tocó "cubrir" la noticia del atentado del Comandante Velasco. Un atentado que conmocionó a toda la sociedad alavesa: Velasco era una persona muy querida en la ciudad, al igual que su mujer Ana y la familia de ésta: su hermano Álvaro era un prestigioso abogado.

Fue con motivo de este terrible atentado cuando tuve la oportunidad de empezar a conocer y a tratar a Ana María, fallecida en la noche de este pasado lunes en Madrid al no poder superar la batalla contra un cáncer que le fue diagnosticado hace algún tiempo. Ésta debe haber sido la única batalla que ha perdido Ana, porque todas las demás las ha ganado y por goleada.

Ganó la batalla de no dejarse dominar ni por el odio, ni siquiera por el rencor hacia los asesinos de su marido. Y eso lo hizo compatible con saber muy bien cuáles eran las enfermedades que asolaban a su País Vasco natal: el odio, ese odio que ella nunca tuvo, hacia España, fomentado por un nacionalismo que se revestía con las siglas de Herri Batasuna o del PNV. Ana siempre consideró que el separatismo era el gran cáncer del País Vasco.

Ganó también la batalla de no caer en la desesperanza, en esa actitud de quien piensa que no hay nada que hacer. Y se puso manos a la obra cuando todavía no había transcurrido mucho tiempo del asesinato de su marido. En 1981, junto a Sonsoles Álvarez de Toledo e Isabel O’Shea puso en marcha la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), la primera Asociación de ese tipo, no sólo de España sino del mundo. Era muy divertido a la par que emocionante oír a Ana contar cómo fueron los primeros pasos de aquella Asociación y el esfuerzo de todo tipo que tuvieron que hacer para sacarla adelante. Pero Ana lo tenía muy claro: había que volcarse en la defensa de los derechos de las víctimas del terrorismo que en aquellos años –los famosos años de plomo- se encontraban muy desamparadas, no sólo por los poderes públicos, sino por la propia sociedad española. Fue Presidenta de la AVT de 1989 a 1999.

Años más tarde, y al calor del pacto antiterrorista firmado por el PP y el PSOE en el 2000 se puso en marcha la Fundación Víctimas del Terrorismo de la que fue primer Presidente, Adolfo Suarez. Cuando por motivos de salud este no pudo continuar, allí estaba Ana para tomar el relevo y seguir trabajando por las víctimas del terrorismo. En el 2005 fue sustituida en la Presidencia de la Fundación por otra víctima del terrorismo ejemplar: Maite Pagazaurtundua. Para entonces, los años de dedicación y de trabajo de Ana por la causa de las víctimas se contaban por bastantes trienios.

En esos años y también después tuve la oportunidad de hablar muchas veces con Ana, sobre todo durante el proceso de negociación política con ETA que llevó a cabo Zapatero y que provocó la movilización continua y constante de las víctimas del terrorismo y de una gran parte de la sociedad española. Siempre encontré a Ana muy firme, muy serena, al mismo tiempo que muy entristecida por lo que estaba haciendo el entonces Presidente del Gobierno, no solamente con ETA, sino también con las víctimas del terrorismo. Pero incluso en esos momentos no la escuché una palabra malsonante. Era toda una mujer, de gran talla humana y moral.

Y como el ejemplo de los padres cunde, sus hijas han heredado ese espíritu y han sido y son también unas luchadoras. La que más proyección pública ha tenido es la hija mayor, Ana, que con frecuencia escribe en la prensa unos artículos demoledores, desenmascarando las mentiras del nacionalismo y las traiciones a las víctimas que han cometido los gobiernos de Zapatero y de Rajoy.

Por todo ello, en el momento de su muerte, además de mandar un abrazo muy fuerte a sus hijas y a sus seres queridos, me quedo con la imagen y el recuerdo de una gran mujer: fuerte, valiente, positiva, llena de vida, de esperanza. Descanse en Paz, Ana María Vidal-Abarca.

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