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César Vidal

Infierno en la Antártida

Corría el año 1912 –apenas seis meses después de que el británico Scott y cuatro de sus hombres perecieran en una fallida expedición dirigida hacia el polo sur– cuando un marino ruso de nombre Valerian Albanov se enroló en una aventura que marcaría su vida. Nacido en 1881, Albanov se había graduado en la escuela naval de San Petersburgo y sentía una especial atracción por la aventura, atracción que se concretó en el intento ruso de superar el fracaso de Scott.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Albanov se percatara de que la tragedia era el único destino que cabía esperar a aquel grupo formado por veintidós hombres y una mujer. El capitán de la expedición era incompetente, las cartas de navegación brillaban por su ausencia, el combustible era escaso y, para remate, muy pronto quedó de manifiesto que las provisiones eran escasas. Durante año y medio, en condiciones dantescas, navegaron hacia el norte, pero en enero de 1914 Albanov llegó a la conclusión de que a menos que abandonaran la nave ninguno lograría sobrevivir.

Fue así como, acompañado por trece compañeros, dejó la embarcación y se adentró por una extensión helada que parecía tan infinita como los sufrimientos de los réprobos en el infierno. Lo que les esperaba era una travesía de cuatrocientos kilómetros en la que el frío y la enfermedad fueron peligros constantes y a los que se sumaron los osos polares o las ventiscas. La historia de ese viaje es el tema de la presente obra, un libro que resulta apasionante como una novela de Julio Verne o como uno de los libros de viajes de Richard Burton y que parece especialmente recomendado para leer en horas veraniegas o cuando el espíritu pide volar con las alas de la imaginación por encima del mar de la aventura.

V. Albanov,En el país de la muerte blanca, Barcelona, 2001, 222 páginas.

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