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Charles Krauthammer

Barack Obama puede ganar, perdiendo

Hay motivos contundentes para que Obama se presente. Sin embargo, no ganará. El motivo es el 11 de Septiembre. Simplemente, el país no elegirá a un novato en tiempo de guerra.

Cuando hace solamente una semana Barack Obama enseñó la patita y anunció la remota posibilidad de presentar su candidatura a la presidencia, la clase política sufrió un síncope. Ahora que todo columnista del país le ha dado consejo, he aquí el mío: debería presentarse en el 2008. Perderá en el 2008. Y la derrota le situará irrevocablemente en el camino a la presidencia.

El desafío político de Obama es convertir su presente fama y popularidad, que sin duda se disipará, en algo concreto. En física, es el problema de convertir energía cinética en energía potencial. Utilizar el combustible de su presente popularidad para impulsarle a un plano nacional superior desde el que eventualmente maniobrar casi lateralmente a la presidencia.

Los motivos para presentarse están claros.

En primer lugar, en un momento de laxitud ideológica, él tiene carisma: una enternecedora historia personal, inteligencia aguda, articulación verbal destacable y encanto refrescante.

En segundo lugar, es una competición abierta de manera única. Desde 1952 no ha habido unas elecciones presidenciales sin que se presentaran ni el presidente ni el vicepresidente. Ahora mismo, Hillary Clinton no tiene ningún contrincante serio por la candidatura demócrata. La gran esperanza cuatrienal de los demócratas –el atractivo joven gobernador sureño en la línea de Jimmy Carter o Bill Clinton– iba a ser Mark Warner, ex gobernador de Virginia. Pero Warner se ha retirado.

En tercer lugar, el país se muere por un presidente negro. No todo el país, pero lo suficiente para que, en conjunto, la raza sea una baza a favor. No es un accidente que cuando hace una década, otro atractivo y articulado afroamericano sin experiencia en cargos electorales estuvo de gira literaria, no solamente se encontró con la parafernalia de una estrella del rock, sino con un sonoro coro nacional animándole a presentarse a la presidencia.

El objeto del afecto fue entonces Colin Powell. Hoy es Obama. La raza es solamente un elemento de su popularidad, pero uno importante. Uno histórico. Al igual que muchos norteamericanos, deseo ver a un afroamericano ascendiendo a la presidencia. Sería un suceso de enorme calado, un gran hito en la aún incompleta historia del triunfo de los afroamericanos por alcanzar su debido lugar, el que le corresponde por derecho, en la vida norteamericana.

Por supuesto que hay racismo en Estados Unidos. Llámeme inocente, pero estoy seguro de que igual que Joe Lieberman supuso un claro punto positivo para los demócratas en el 2000, porque hubo más personas atraídas por su figura de hombre de principios que las que sintieron rechazo a causa del antisemitismo, hay más americanos que se enorgullecerían de manera especial de un presidente negro que aquellos que lo rechazarían a causa del racismo.

Hay motivos contundentes para que Obama se presente. Sin embargo, no ganará. El motivo es el 11 de Septiembre. Simplemente, el país no elegirá a un novato en tiempo de guerra.

Durante nuestra última gran guerra, la Guerra Fría, ningún novato en política exterior logró la presidencia, a excepción de Carter en las anómalas elecciones del Watergate de 1976. Los únicos novatos en política exterior elegidos en la última mitad de siglo –Bill Clinton y George W. Bush– alcanzaron la presidencia durante nuestras vacaciones de la historia entre la caída de la Unión Soviética y el 11 de Septiembre.

En cualquier circunstancia, es bastante audaz que cualquier senador recién llegado piense siquiera en la presidencia. Cuando John F. Kennedy, un senador novato, inició su preparación de cara a 1956, realmente buscaba la vicepresidencia. Y, al contrario que Obama, había cumplido ya tres mandatos en la Cámara de Representantes, que a su vez había empalmado con un celebrado tour militar en el Pacífico en la Segunda Guerra Mundial.

En 1956, Kennedy se preparaba para una candidatura presidencial seria en 1960. Obama también debería pensar por delante, utilizando las elecciones de 2008 para solucionar su problema de inexperiencia presentándose a la nominación demócrata y perdiendo. Solamente tiene que hacerlo razonablemente bien en las primarias para convertirse en una figura nacional suficientemente relevante como para ser invitada a ocupar la lista como candidato vicepresidencial. Si John Edwards, el contrincante en el 2004, lo hizo lo bastante bien como para ir en la candidatura de Kerry, un moderadamente exitoso Obama sería la elección natural para el 2008.

Entonces, si ganan los Demócratas, tendrá todas las credenciales en política exterior que pueda necesitar en su vida. Incluso si la lista pierde, asumiendo que se desenvuelva razonablemente bien, inmediatamente se convierte en el principal candidato en la siguiente ronda presidencial. Y si por algún milagro le toca la lotería y gana en el 2008, perfecto.

Barack Obama es un hombre joven con futuro. Pero el futuro se aleja. Necesita presentarse ya. Y perder. Y ganar perdiendo.

© 2006, The Washington Post Writers Group

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