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Charles Krauthammer

Que otros saquen petróleo

Deslocalizar la producción petrolera norteamericana no hace nada por aliviar el expolio medioambiental mundial. Simplemente lo exporta a partes más corruptas, menos eficientes y más inestables del mundo, incrementando así el daño planetario neto.

La Presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi se opone al levantamiento de la moratoria sobre la prospección en el Refugio Nacional de Vida Salvaje del Ártico y en la Plataforma Continental Exterior. Ni siquiera dejará que se someta a votación. Con la gasolina a cuatro dólares, un hecho que ha decantado a la opinión pública a favor de la producción nacional, quiere proteger a sus colegas demócratas de tener que depositar un voto contra la extracción en año electoral. Además, teniendo en cuenta el ánimo del público, podría incluso perder. Esto no se puede permitir. ¿Por qué? Porque como explicaba a Politico: "Intento salvar el planeta; intento salvar el planeta." Un sentimiento adorable. Pero ¿ha evaluado Pelosi realmente los efectos reales de la moratoria sobre el planeta?

Piense: Hace 25 años, casi el 60% del petróleo de los Estados Unidos se extraía de fuentes nacionales. Hoy es el 25%. Desde su máximo en 1970, la producción norteamericana se ha desplomado un sobrecogedor 47%. El mundo consume alrededor de 86 millones de barriles al día; Estados Unidos, 20 millones más o menos. Necesitamos esta sustancia para alimentar nuestros coches y aviones, y también la economía. ¿De dónde sale?

De lugares como Nigeria, en los que la corrupción crónica, la negligencia medioambiental y la inestabilidad e inquietud resultantes conducen a reventones de oleoductos, vertidos de petróleo y extracción ilegal por parte de una población castigada por la pobreza, lo cual conduce a más explosiones y vertidos. Justamente esta semana dos oleoductos de la Royal Dutch Shell tuvieron que ser cerrados a causa de las explosiones, obra de delincuentes locales que estaban provocando desplazamientos en el terreno. Compare el Delta de Níger con el Golfo de México, donde las plataformas petroleras norteamericanas en mar abierto soportaron los huracanes Katrina y Rita sin que un solo conducto submarino sufriera un escape de importancia.

Estados Unidos posee la tecnología más puntera para garantizar la extracción más segura. Hoy la prospección direccional, esencialmente perforar hacia abajo y después hacia los lados, permite el acceso a reservas de petróleo que en 1970 habrían exigido una infraestructura del tamaño de más de tres campos de fútbol. Además, Estados Unidos cuenta con uno de los sistemas reguladores más amplios y menos corruptos del planeta. ¿Imagina Pelosi que con tanto territorio de América declarado protegido el planeta sale menos perjudicado cuando las perforaciones se desplazan a Kazajstán, Venezuela y Guinea Ecuatorial? ¿Acaso será Rusia más respetuosa medioambientalmente que nosotros a la hora de realizar prospecciones en su Ártico?

El efecto medioambiental neto de la obstinación contra la prospección por parte de Pelosi es negativo. Deslocalizar la producción petrolera norteamericana no hace nada por aliviar el expolio medioambiental mundial. Simplemente lo exporta a partes más corruptas, menos eficientes y más inestables del mundo, incrementando así el daño planetario neto.

Los demócratas no quieren que de la plataforma continental americana ni de la Reserva de Vida Salvaje salga petróleo. Pero por supuesto que quieren más petróleo. De la OPEP. De donde los americanos no votan. De lugares que los legisladores demócratas no pueden ver. El 13 de mayo, el Senador Chuck Schumer, profundamente comprometido a salvar justamente esas partes del planeta que podrían contener enormes bolsas de petróleo americano, exigía que los saudíes incrementaran la producción en un millón de barriles al día. No se le pasa por la cabeza que al evitar de manera tajante la más leve perturbación en las costumbres de apareamiento del caribú ártico, está fomentando una mayor explotación de los prístinos desiertos de Arabia. En nombre del planeta, por si no se ha dado cuenta.

La otra panacea, la moda de ayer, son los biocombustibles: Parece que no podemos salir de la crisis a golpe de prospección, pero lo haremos a golpe de cosecha ecológica. A estas alturas, resulta palmario hasta para los demócratas que los biocombustibles son una fuerza devastadora para la degradación medioambiental. Han conducido a la violación de las reservas forestales de "los pulmones del planeta" en Indonesia y Brasil, donde enormes tractores han estado despejando el terreno para abrir espacio a las plantaciones de azúcar y aceite de palmera.

Aquí en los Estados Unidos, una de cada tres panochas de maíz es vertida en un depósito de combustible en forma de etanol, provocando no solamente escasez de alimentos en el extranjero y elevados precios en el país, sino incrementos en la intensidad de la explotación agrícola con todos los problemas medioambientales que conlleva (erosión del suelo, contaminación por insecticidas, consumo de agua, etc.). Y todo esto para evitar la prospección en una zona del ártico que deja incólume un refugio natural equivalente a la tercera parte de Gran Bretaña.

Existe una vertiginosa cantidad de argumentos económicos y de seguridad nacional a favor de extraer en el país: un déficit petrolero con el extranjero de 700.000 millones de dólares, un impuesto a las gasolinas equivalente aplicado a los salarios de los trabajadores americanos y enviado directamente a las arcas de regímenes enemigos y patrocinadores del terror. Y por último, creciente dependencia de estados inestables en el Golfo Pérsico y la cuenca del Caspio. Pelosi y los demócratas permanecen inflexibles gritando: ¡No nos importa! ¡Venimos a salvar el planeta! Parecen felices en su ignorancia de que el argumento en defensa de su política de "no extraerás aquí" se derrumba bajo sus propios términos medioambientales.

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