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Clemente Polo

Mentiras de una nacionalista

Rahola no parece hacerse cargo de que el legado del Sr. Centelles no pertenecía al pueblo de Cataluña sino a sus descendientes legales que han hecho con él lo que les ha parecido más apropiado para su conservación.

Cualquier ciudadano que aspiró a vivir tras la dictadura franquista en una sociedad libre y abierta y haya vivido en Cataluña durante las últimas décadas, además de haber visto recortados algunos derechos fundamentales reconocidos por la vigente –¡quién lo diría!– Constitución de 1978, sabe muy bien cuál es el ingrediente esencial del régimen nacionalista que instauró el Sr. Pujol en 1980 y que continuaron sus sucesores, los Sres. Maragall y Montilla, al frente de la Generalitat: maquillar la historia y realidad presente de España y, sobre todo, de Cataluña, para hacer creer a los ciudadanos residentes en esta comunidad –la mayoría, por cierto– venidos de otras partes de España y otros países algo más lejanos, que son víctimas de un expolio perpetrado por los españoles del que únicamente podrán librarse si Cataluña se transforma en un Estado independiente. Y pobre de aquél que no comparta esta mentira y su corolario xenófobo, porque será inmediatamente arrojado a las tinieblas e incluido en la lista de traidores al "pueblo catalán".

Un artículo publicado por la Sra. Rahola, fundadora y líder del fracasado Partido por la Independencia, sobre el legado del fotógrafo Don Agustí Centelles ilustra de manera paradigmática como razona o, mejor, desvaría, una mente infectada por el virus nacionalista. Comienza la Sra. Rahola su alegato en la tribuna calificando un hecho que debiera contemplarse con total normalidad, la adquisición del legado por el Ministerio de Cultura tras alcanzar un acuerdo con los hijos y herederos del fotógrafo, de "expolio económico" y estafa sonora "a la memoria del propio Agustí Centelles". He aquí reunidos todos los ingredientes a los que hace un momento me refería: victimismo, expolio y traición de los disidentes, los descendientes del fotógrafo en este caso. Y es que para el corto y nublado entendimiento de una independentista resulta inconcebible que el legado del Sr. Centelles acabe en el Archivo General de Salamanca, el archivo histórico más importante de España y, por tanto, también de Cataluña.

El feroz enseñamiento de la Sra. Rahola con los malos catalanes, los hijos del Sr. Centelles, da una idea de lo que esta señora podría ser capaz de hacer en circunstancias más propicias para la práctica de la violencia totalitaria, como en los felizmente lejanos años de desgobierno que padeció Cataluña durante la Guerra Civil española. A la manifestación que hizo uno de los hijos del fotógrafo "de que nunca permitirían que la Generalitat se lo quedara [el legado], con lo mal que se habían portado", la heroína nos cuenta haberle respondido que "no se estaban vengando de la Generalitat... sino dejando sin legado al pueblo de Cataluña". Esta mujer, aunque gritona ya no una niña, parece no haberse percatado todavía de que ese Ebro que desemboca en Tarragona nace en Santoña y de que el Imperio Romano abarcaba el Mare Nostrum, de orilla a orilla, hace dos mil años. Tampoco parece hacerse cargo de que el legado del Sr. Centelles no pertenecía al pueblo de Cataluña sino a sus descendientes legales que han hecho con él lo que les ha parecido más apropiado para su conservación, como haríamos cualquier hijo de vecino, incluida la Sra. Rahola, con el legado de nuestros padres.

Tampoco faltan en la pieza de la Sra. Rahola duras invectivas dirigidas, ¡cómo no!, contra los expoliadores españoles, al frente de los cuales coloca a la Sra. González-Sinde, ministra de Cultura. La ministra, afirma, forma parte de la banda de mentirosos que firmaron "un manifiesto contra el catalán" y denunciaron la "persecución del castellano", y la acusa de ser incapaz de comprender "la pluralidad cultural del Estado". ¡Qué inventiva victimista! La ministra no ha firmado ningún manifiesto contra el catalán que yo sepa y si España (no el Estado) es plural en muchos aspectos, incluido el lingüístico, Cataluña resulta ser incluso más plural que España. Pero tan grande es la viga que tiene atravesada en sus ojos la Sra. Rahola que achaca a la Sra. González-Sinde y al Gobierno español lo que es patrimonio personal suyo, del Gobierno catalán y de cualquier nacionalista catalán: la mentira reiterada, la deslealtad permanente hacia el resto de españoles e instituciones comunes reconocidas en la Constitución (Gobierno de España, Cortes Generales y Tribunal Constitucional), la negación de la pluralidad cultural de Cataluña y la violación continuada de derechos fundamentales de quienes residimos en esta comunidad autónoma.

A pesar de la pluralidad incontestable de la sociedad catalana en la actualidad, la mayoría (sí, bien digo, la mayoría) de los españoles que aquí residimos estamos obligados a contribuir con nuestros impuestos a sostener al Gobierno catalán y soportar al mismo tiempo que se excluya nuestra lengua habitual, el castellano (más conocido como español urbi et orbe) dentro de la asfixiante galaxia que forman las administraciones públicas catalanas y su materia oscura: medios de comunicación y empresas públicas y la miríada de asociaciones y fundaciones que flotan en el espacio unidas por un cordón umbilical a los presupuestos públicos. También tenemos que aguantar que la lengua y literatura castellanas reciban el mismo trato que el inglés en la enseñanza primaria y secundaria en Cataluña y que el Gobierno y el Parlamento catalán incumplan con toda impunidad los Reales Decretos de enseñanzas mínimas y las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

¿A que recuerda este régimen nacionalista a otro felizmente ya marchito? A mí, desde luego, al régimen nacional sindicalista del general Franco bajo cuya tutela fui educado pero cuyos postulados e imposiciones siempre rechacé desde mi adolescencia. La misma aspiración a vivir en libertad en una sociedad abierta que me animaba entonces, me impulsa hoy a combatir los mitos e imposiciones totalitarias del régimen nacionalista catalán que preside el Sr. Montilla con la inestimable ayuda de su vicepresidente, Carod-Rovira, el hombre que renunció a su apellido paterno, Pérez, para encubrir sus plurales orígenes a su fraternal prole antiespañolista y antiborbónica

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