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Cristina Losada

A un enviado especial en Cataluña

¿No te extraña que sólo estén bien predispuestos a hablar los que quieren que Cataluña se separe de España?

¿No te extraña que sólo estén bien predispuestos a hablar los que quieren que Cataluña se separe de España?
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Soy periodista. No he sido corresponsal en el extranjero, aunque alguna vez he tenido que cubrir acontecimientos fuera de España. He vivido en otros países, quizá por ello me interesa mucho la política exterior y leo prensa internacional a diario. Estas semanas, en relación con los sucesos en Cataluña, he visto informaciones en los medios de comunicación que frecuento, y también en otros, que me han decepcionado profundamente. Tenía a muchos de ellos por practicantes de un periodismo indagador y riguroso. De un periodismo dispuesto a presentar distintas perspectivas para entender un conflicto o una crisis. Decidido a comprobar, chequear y contrastar. Mi decepción es con los que no han hecho nada de eso. Salvando unas cuantas excepciones, han incumplido todas o algunas de las reglas que acabo de mencionar.

Puedo imaginar tu situación. Te envían a un lugar que probablemente no conoces, o sólo conoces como viajero, a informar de un asunto sobre el que no tienes mucha documentación. Procuras hacerte con alguna más mientras viajas o cuando llegas allí. Al llegar, te encuentras con una situación como la del 1 de octubre. Gente en la calle, gente dentro de colegios supuestamente electorales, tratando de votar y, al cabo de unas horas, la llegada de la Policía y la Guardia Civil para desalojarlos.

Estás metido en un escenario de protestas y cargas policiales. Ves tú mismo escenas violentas. Ves en internet vídeos con escenas de violencia en lugares donde hay niños y viejos. Aceptas como verídica la cantidad de 800 heridos. Y por heridos entiendes heridos por las porras o balas de goma policiales. Concluyes que has asistido a episodios de brutalidad policial contra personas pacíficas que sólo querían votar. Tus testigos vas a elegirlos entre las personas que están tratando de participar y confirmarán aquella idea. No sólo eso: te contarán que "los catalanes" llevan siglos oprimidos y reprimidos por "España".

Hay muchas más cosas que te contarán y no serán verdad. Pero no es cuestión de que me creas a mí. Es cuestión de que indagues. De que, para empezar, preguntes a otros; a los que tienen otra opinión. ¿No te extraña que sólo estén bien predispuestos a hablar los que quieren que Cataluña se separe de España? A lo mejor, desconoces que la mitad de la población no está por ello. Pregúntate por qué no hablan con tanta facilidad los ciudadanos de a pie que son contrarios a la secesión. Es un aspecto esencial para entender lo que sucede ahora en Cataluña. El silencio y el silenciamiento del discrepante.

Es posible que, cuando veas que hay protestas y que la Policía interviene, pienses que los que protestan son los débiles y los que ordenan que la Policía intervenga representan a los fuertes, a los poderosos. Te sorprenderías si investigaras un poco. Los organizadores del movimiento separatista son los que han tenido el poder en Cataluña durante décadas. No son gente obrera, te lo aseguro. Su poder ha sido mucho más amplio e intrusivo del que ha de ser el de un Gobierno en una democracia. El partido que lanzó el proceso de ruptura se ha caracterizado por una corrupción institucionalizada. Tuvo que cambiarse de nombre por lo manchada que quedó su anterior marca. Averigüa qué significa lo del 3 por ciento.

Puede que también te sorprenda saber que los ciudadanos de Cataluña que más apoyan la secesión son los que tienen rentas altas, y los que menos la apoyan son los que tienen rentas más bajas. Alguien dijo el otro día que estamos ante una revuelta de los ricos contra los pobres. Tal vez sea exagerado. Pero no cabe duda de que Cataluña es una de las regiones más ricas de España. Los que dirigen todo esto han dejado claro muchas veces que no querían que la región siguiera contribuyendo al desarrollo de las regiones españolas que son más pobres.

No te voy a hablar del grado de descentralización de España ni del grado de autogobierno de que dispone Cataluña. Tampoco de que todos sus elementos culturales específicos, como el idioma, están reconocidos y protegidos. En las escuelas se practica la inmersión en catalán. El español, que es lengua habitual de la mitad de la población, se ha desterrado virtualmente de las aulas. Supongo que estás al corriente.

Es menos probable que sepas cuál ha sido la conducta de los que han tenido el poder en Cataluña para fomentar el nacionalismo y el deseo de romper con España. Hace diez años, un puñado de intelectuales catalanes lo calificó de "pedagogía del odio". El odio hacia España, hacia lo español, hacia el resto de los españoles. Vi un reportaje en un semanario alemán que decía que el nacionalismo catalán era una excepción entre los nacionalismos renacidos en otras partes de Europa, puesto que no era etnicista. Se lo había dicho al periodista una organizadora de las protestas, y ya era la verdad revelada.

Cierto, los nacionalistas catalanes han tenido cuidado de cubrir la pulsión xenófoba contra los españoles –como si ellos no lo fueran– bajo el manto de la identidad cultural. Pero escarba un poco. Esto decía al respecto una tribuna en Libération:

(...) encontramos, repetidos como un mantra, todos los clichés del nacionalismo más obtuso teñidos de racismo, desprecio de clase, o incluso una forma de supremacismo cultural: por un lado, "nosotros", un pueblo educado, trabajador, progresista, honesto, republicano y europeo. Enfrente, "ellos", una canallesca ibérica retrógrada, perezosa y corrupta (...)

Vayamos, no obstante, al 1-O. A que se trataba sólo de votar. Esa votación, convocada por el Gobierno autonómico y organizaciones que financia, era para proclamar ya la secesión. No para expresar una opinión, como decían todos los que entrevistabas. Sabrás que el 9 de noviembre de 2014 ese Gobierno y esas organizaciones hicieron una consulta para saber cuántos querían que Cataluña fuera un Estado independiente. El Tribunal Constitucional dijo que no se podía, pero el Gobierno español miró para otro lado y dejó que se hiciera. Fue a votar poco más de la tercera parte del censo, un censo ampliado para la ocasión. Dos terceras partes no participaron. Como era de esperar, el ochenta por ciento de los que fueron a votar querían separarse de España. Un total de 1.8 millones de personas. Repito: un tercio del censo electoral.

Después convocaron unas elecciones regionales diciendo que eran plebiscitarias. Si ganaban los partidos independentistas se proclamaría la independencia. No ganaron la mayoría de votos, aunque sí la mayoría parlamentaria. Pero no se echaron atrás. No fueron por la vía legal de proponer una reforma constitucional: eso siempre lo desecharon. Y así llegamos al 1-O. En el Parlamento se aprobó realizarlo por una mayoría simple. Por muchos menos votos de los que requiere cambiar el estatuto de autonomía. Lo hicieron vulnerando las normas del estatuto y los derechos parlamentarios de la oposición.

¿Qué hubiera pasado si el Gobierno español, como en 2014, hubiera permitido este referéndum a pesar de su ilegalidad? ¿Qué hubieras dicho si, después de celebrado, se proclamaba el Estado catalán? Me adelanto: hubieras dicho que esa proclamación era legítima. Que el resto de ciudadanos españoles tenía que aceptar la voluntad salida de las urnas, aunque la convocatoria no cumpliera las formalidades legales.

No descarto que esa proclamación se haga. Tampoco descarto que, en ese caso, digas que es legítima y debemos aceptarla. Pero quizá, cuando eso suceda, ya estés lejos, como enviado especial a otra parte, mientras millones de ciudadanos españoles seguimos sufriendo el intento de una minoría de pasar por encima de todos nosotros para romper nuestro país. Piénsalo.

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