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Cristina Losada

Apocalipsis político

Pánico da pensar que esas serían las pautas de conducta de la UE y los gobiernos si hubiera, alguna vez, un accidente nuclear aquí, en suelo europeo.

La catástrofe en Japón ha hecho emerger la catástrofe política europea. Ciertas instituciones, determinados gobiernos y no pocos ministros descuellan en el concurso por atizar más y mejor el pánico de un público susceptible, rivalizando incluso con la entregada prensa. El alemán Günther Oettinger, comisario europeo de Energía, consideró adecuado anexar el término "apocalíptico" al accidente nuclear en Japón, al tiempo que lo declaraba "fuera de control" e instaba a revisar la buena opinión reinante sobre la competencia técnica de los japoneses. El hombre consiguió copar los titulares, pues sirvió tanto a la holgazanería como al alarmismo, y le debe haber cogido el gusto: vuelve a vaticinar catástrofes e insiste en que los nipones no tienen la menor idea de cómo resolver la crisis. A estas horas, sin embargo, no se tiene la menor idea de la información privilegiada de que Oettinger dispone para emitir esos juicios.

Sí sabemos, en cambio, que Herr Oettinger figura como comisario, no por su expertise en materia energética, sino por haber presidido el declive electoral de su partido, la CDU, en un Land del suroeste. Merkel se quitó de en medio al inútil por el procedimiento de endosarlo a la Comisión. Si el cesto europeo se trenza con esos mimbres de desecho, qué grandes días le esperan a la UE. Como estos mismos. Del lado francés, el otro gigante, también se esmeran en sembrar dudas sobre la capacidad japonesa y profetizan un desastre con "un impacto superior a Chernóbil". Para agregar alarma, y que no falte, se insinúa que las autoridades japonesas ocultan la realidad dado que en su información se detectan "incoherencias". ¡Incoherencias! Con parte del país devastado, miles de desaparecidos, cientos de miles de refugiados, escasez de energía y alimentos, cómo no va a haber incoherencias. Tan alto grado de exigencia en las condiciones en que está Japón, y cuando la población amenazada por la radioactividad es la japonesa, no la europea, revela una arrogante insensibilidad y un vacío de valores pavoroso.

Tales reacciones no sólo incrementan la desconfianza en la energía nuclear, que sería lo de menos, sino la desconfianza a secas. Pues, ¿a quién creer? ¿Al partido de Merkel, con intereses electorales que aconsejan una súbita ruptura con el átomo? ¿A Alemania y a Francia, que participan en dos empresas eléctricas competidoras de la japonesa que gestiona la central de Fukushima? Pánico da pensar que esas serían las pautas de conducta de la UE y los gobiernos si hubiera, alguna vez, un accidente nuclear aquí, en suelo europeo.

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