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Cristina Losada

Autocrítica al pil pil

En el País Vasco, esa comunidad del silencio a la que ha ofendido Aramburu se teje con subvenciones, lo cual no es una excepción en España, y se cose con el miedo.

Al recoger un premio literario en México, Fernando Aramburu declaró que los escritores en lengua vasca no son libres porque están subvencionados. "Si abren la boca, se acabó", dijo allí. Y tanto. Su propia experiencia tras esas palabras confirma cuán nocivo es abrirla. A los pocos días de aquella opinión, el autor ha tenido que hacerse la autocrítica. Incluso quienes carecen de ayudas oficiales, ceden a la presión colectiva. El silencio que se mantiene en común es el más coactivo de los silencios. En el País Vasco, esa comunidad del silencio a la que ha ofendido Aramburu se teje con subvenciones, lo cual no es una excepción en España, y se cose con el miedo, hecho al que también se refería el escritor. Así, decía de Bernardo Atxaga, el más popular de los autores vascos: "Ha tocado el tema de ETA de manera metafórica, sin nombrar lo evidente: el sufrimiento y la sangre".

Nombrar lo evidente. Sólo eso hizo Aramburu, pero ¡a quién se le ocurre! Las subvenciones de la "normalización", destinadas a dar ventaja a las obras en lengua "propia" sobre las obras en lengua "impropia", son una evidencia generalizada y prolongada. Que no hayan redundado en calidad, poco ha importado a los gestores públicos, pues se trata de cantidad. De la cantidad necesaria para exhibir en el escaparate la ficción de una "cultura propia". Mucho más del millón de pesetas de Camba –"una nación es cuestión de quince años y un millón de pesetas"– se han dedicado a esa empresa. Un chollo para autores que, en demasiados casos, no tendrían la oportunidad de publicar. ¿Cómo negar el efecto condicionante cuando la subvención nace vinculada a un proyecto político y aquellos que lo desafían son condenados al ostracismo e insultados y amenazados, véase Boadella?

Del otro gran silencio del gremio literario vasco, da cuenta Aramburu en su disculpa: la ausencia en los actos de apoyo a libreros y periodistas atacados; la reprobación del terrorismo... en voz baja; la renuncia a colaborar en la prensa no nacionalista; las muchas novelas que sitúan su trama en las quimbambas. Evidencias, de nuevo, que no deben de expresarse en voz alta. Si alguien delata sus miserias, la comunidad silente, ahí sí, se pone digna y contraataca. De manera que Aramburu ha hecho algo que Vesko Branev define en El hombre vigilado como un postulado obligatorio en un régimen totalitario: el pecador político debe demostrar que lo es. "Nadie espera que su comportamiento sea auténtico (...) Sólo se exige al culpable que ponga cara de haberse arrepentido". Pues así nuestro autor.

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