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Cristina Losada

Aznar, el partido y las jefas de negociado

Existen motivos para preguntarse hasta qué punto el sentido de partido ha arraigado en el PP.

 Existen motivos para preguntarse hasta qué punto el sentido de partido ha arraigado en el PP.

Había gran expectación, por lo visto. Se esperaba de Aznar que se pusiera a la cabeza de una manifestación contra Rajoy y de algún modo, que esos detalles nunca se explicitan, armara una partida para el derrocamiento, todo lo cual gusta mucho en los mentideros, que se revitalizan con la emoción del golpe de palacio. Ante tamaña expectativa, Aznar, claro, defraudó. Y cómo no iba a hacerlo, es decir, cómo iba a hacer lo que se esperaba de él. Aznar es un hombre de partido. Alguien que sabe muy bien lo que cuesta construir (refundar lo llamó) un partido y transformarlo en alternativa de gobierno. Alguien que sabe que es mucho más fácil descomponerlo.

Aznar no sólo consolidó una marca, algo tan fundamental en política como en el mercado. También estabilizó una organización, lo más parecido a un partido de verdad que ha tenido el centroderecha en España. Un partido de verdad no es una laxa congregación de notables, como lo fueron la gran mayoría de los partidos de derechas en Europa hasta el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y un partido de verdad no sirve únicamente como reserva de personal para ocupar los puestos del Gobierno.

Una visión de partido desaconseja aventuras como las que se esperaban de Aznar, que siempre entrañan riesgos no calculados y consecuencias imprevistas. Dicho esto, hay que darle al asunto otra vuelta de tuerca. Existen motivos para preguntarse hasta qué punto el sentido de partido ha arraigado en el PP y, en concreto, en sus actuales dirigentes. Las dudas al respecto surgen, justamente, a propósito de su conducta ante el caso Bárcenas, los sobres y los sobresueldos. Ante el hecho en sí mismo extraordinario de que no se comportó como un partido. De que las voces públicas del PP dieran en conducirse como si el escándalo no fuera con ellos, sino con los de antes.

Recuérdese a Cospedal y a Saénz de Santamaría. Era la actitud de "a mí que me registren" y "yo no fui, oiga, fueron ellos". Se diría que no actuaron como políticas, sino como jefas de negociado. Como unas jefas de negociado que endilgan el muerto a su predecesor. Esto, en un partido de notables, se puede hacer sin grandes problemas. En un partido moderno, es letal. Porque un partido, naturalmente, no se presenta en trozos. Un partido no sólo tiene historia o historial: es su historia y su historial. Con errores y aciertos. No hay lugar para el "sálvese quien pueda". En un club recreativo, tal vez, pero no en un partido. Así que no les extrañe que también Aznar rompiera la baraja.

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