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Cristina Losada

Bono y el Congreso Fútbol Club

Es posible, y hasta seguro, que los parlamentarios españoles ganen menos que sus homólogos de países de nuestro entorno. Pero cunde la percepción, abonada por los hechos, de que tampoco se castigan en el trabajo.

El presidente del Congreso ha tenido que explicarles por carta a los diputados cuánto cobran, a cuánto ascienden sus pensiones y de cuántos asesores y funcionarios dispone cada uno. Sus señorías, por lo visto, vivían hasta ahora en la ignorancia más absoluta acerca de sus emolumentos y otros detalles de su trabajo que cualquier empleado de una gasolinera, pongamos, se sabe de memoria. Felices ellos, afortunados, si pueden prescindir de preocupaciones tan pedestres, tan a ras de tierra, que ni se molestan en conocer la cuantía de sus ingresos, no digo con exactitud, pero de forma aproximada. En su afán por defender la laboriosidad de los diputados y quitarles el sambenito del privilegio, Bono consigue justo el efecto contrario. Gracias a su inefable carta informativa, los representantes políticos aparecen más alejados aún del común de los mortales, cual dichosos habitantes de ese limbo en el que no hace falta prestar atención al vil metal ni mirar el saldo de la cuenta.

Aparte de situar a los diputados en una Babia postmaterialista, don José ha alumbrado –sin querer– una idea original, que merece consignarse. Siempre didáctico y al tanto de las inquietudes populares, ha hecho las cuentas de la vieja con el último fichaje del Real Madrid y el presupuesto del Congreso. Vosotros, explica con tuteo y campechanía el maestro del cálculo pardo, costáis sólo cuatro millones más de lo que apoquinó el mentado club de fútbol por Cristiano Ronaldo. Ya pueden salir los culiparlantes con la cabeza bien alta y el pantalón corto. Y que se hagan cargo de financiarlos Florentino Pérez o Joan Laporta, en lugar de los contribuyentes. Por lo que paga cualquiera de los dos por un solo jugador, tendrían todo un Congreso. ¡Qué ganga! Mándeles Bono una propuesta. O deje de comparar lo incomparable. La demagogia no se combate con demagogia.

Es posible, y hasta seguro, que los parlamentarios españoles ganen menos que sus homólogos de países de nuestro entorno. Pero cunde la percepción, abonada por los hechos, de que tampoco se castigan en el trabajo. Se observan escaños vacíos, se notan ausencias, se sabe de costosas y dudosas excursiones y se intuyen mamandurrias y prebendas. Para colmo, la partitocracia los convierte en simples pulsadores de botones e impide la expulsión de los peores. Prima la obediencia al jefe. Así, olvidan que son servidores públicos y que entre sus obligaciones figura la de dar ejemplo. Eso es lo que debería recordarles Bono.

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