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Cristina Losada

Camps y el circo

En un país entreverado de corrupción al por mayor, se puede lograr que escandalice más el obsequio de trajes, pulseras y entradas, que el cobro de comisiones millonarias y el nepotismo.

A cuenta de unos trajes de mediano precio, el presidente Camps ha estado a punto de asistir al entierro de su carrera política. El motivo era nimio. Ínfimo en su aspecto cuantitativo. Pero podía ser constitutivo de delito. Tal eventualidad ha sido desestimada en un auto judicial que acota las condiciones en que los regalos son delictivos. Hace falta una relación de causalidad, en este caso inexistente. En cuanto a la casualidad, ha sido generosa. Ha querido que el sobreseimiento llegara el mismo día que, en el juicio paralelo, se acusaba a los de Camps de recibir otros obsequios. Zapatos, pulseras, juguetes caros y entradas para el Circo del Sol figuran en la remesa. No cualquier cosa, vive Dios. Pero viene servida la metáfora. Circo hemos tenido.

Un circo de sombras cuyos promotores alertaron de que los jueces del TSJV son "conservadores" para descalificar su dictamen de forma preventiva. De lo que se deduce que los "progresistas" habrían sentado a Camps en el banquillo. Es más, de haber sido tan progres como el ministro de Justicia, no hubieran tratado de demostrar el cohecho: le hubieran exigido al imputado que probara que pagó los trajes de su bolsillo. El mundo al revés de Caamaño, que descuella como digno sucesor de Bermejo. Y, al fondo, el perverso halo de politización de la justicia, que tiene su raíz en decisiones adoptadas de consuno por los dos grandes partidos.

La única razón, aparte de la campaña mediático-política, para que unas prendas de vestir alcanzaran tanta notoriedad, reside en la calaña de aquellos que, supuestamente, las habían regalado. Correa, "El Bigotes" y el resto pertenecen al tipo de amistades peligrosas de las que un cargo público debe guardarse. Y, por si no sospechara que son de riesgo, haría bien en evitar que empresas de amigos del alma firmen contratos con la administración que dirige. Pero esas prescripciones corresponden a la ética, que es terreno lindante, aunque no idéntico al que vigila la justicia.

El sobreseimiento no quita el escándalo. En un país entreverado de corrupción al por mayor, se puede lograr que escandalice más el obsequio de trajes, pulseras y entradas, que el cobro de comisiones millonarias y el nepotismo. Ahí está, en los anales, cómo Lerroux y su partido cayeron por un reloj. Todo depende del espectáculo.

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