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Cristina Losada

Conspiraciones reunidas

La creencia en una verdad oculta que latiría bajo la epidermis de los sucesos históricos y de la Historia entera, se desmorona a las puertas del 11-M. Y ellos, los que aseguran que Bush montó el 11-S, dicen ahora: "no creo en teorías conspiratorias".

Decenas de miles de jóvenes con el pañuelo palestino al cuello compraron La gran impostura de Thierry Meyssan, y tras leer la solapa quedaron convencidos de que no hubo un avión que se estrellara contra el Pentágono el 11 de septiembre de 2001. No se preguntaron qué había sido de los pasajeros que desaparecieron aquel día en aquel tercer avión, puesto que no había existido. La famosa comentarista Barbara Olsen, que viajaba en él, podría estar, quién sabe, con una nueva identidad proporcionada por los conspiradores, en cualquier lejano islote.¿Y quiénes eran los conspiradores? Los de siempre. Los propios americanos, sus servicios secretos, que en conjunción con el complejo militar-industrial ya denunciado por Eisenhower, habían orquestado los atentados para justificar la guerra contra Afganistán y otros países no alineados con el imperio del dólar.

La impostura de Meyssan es una gota de agua, que para su autor fue de oro, en el océano de teorías conspiratorias sobre el 11-S. Ponga uno en google "World Trade Center Conspiracy", y el número de enlaces supera, a día de hoy, los nueve millones y medio. Desde la CIA al Mossad, y desde los Bush hasta el demonio, pasando por los extraterrestres, todos pudieron mover los hilos de la masacre. Incluso si hubiera estado tras ella Al Qaeda, cosa improbable, ¿no era acaso Ben Laden una criatura de los servicios secretos de EE.UU.? Una congresista demócrata por Georgia, Cynthia McKinney, se hizo eco de estas inquietudes basándose en el cui prodest: ¿no era cierto que los Bush y otros capitostes del gobierno se beneficiaban de la guerra contra el terrorismo desencadenada tras el 11-S? ¿No era verdad que la presidencia sabía con antelación que se iban a cometer los atentados? ¿Dos y dos no son cuatro? Los votantes no compartieron el cálculo, y la congresista no fue reelegida en la siguiente cita con las urnas.

¿Qué a qué viene todo esto? Piensen en sus conocidos de izquierdas, que tras el 11-S dijeron muy serios "no ha sido lo que parece" y "no nos están contando la verdad". En aquellos que, cuando la guerra contra Sadam, explicaban que bajo el barniz de la apariencia, la realidad era muy otra: los EE.UU. querían "robar" el petróleo iraquí. Y que no se apeaban del burro aunque les argumentara que menudo negocio iban a hacer, pues resultaba más barato comprarle el petróleo a Sadam que derrocarlo. Piensen en los convencidos de que las decisiones de millones de personas en el mercado mundial están teledirigidas por un puñado de multinacionales; en los que sostienen que el mundo se halla dominado por una clique de poderosos en la sombra; en los que descubren tras cualquier putsch la mano negra de la CIA; y en los que creen a pies juntillas en el Código Da Vinci, en el asesinato de Diana de Gales y en el envenenamiento de Milosevic.

Y ahora, piensen en lo que estas personas tan predispuestas a ver conspiraciones, dicen del 11-M. Hemos tocado hueso. En este punto, toda la incredulidad que demostraban ante las apariencias y las versiones oficiales, se vuelve candorosa o indignada fe en ambas. Una fe que no se tambalea ni ante furgonetas y mochilas vagabundas ni Skodas erráticos ni coincidencias de caravanas ni amistades con etarras ni ninguna de las incoherencias, contradicciones y lagunas que han ido apilando El Mundo y Luis del Pino con los datos que proporciona el sumario. El gnosticismo de nuestros interlocutores, su creencia en una verdad oculta que latiría bajo la epidermis de los sucesos históricos y de la Historia entera, se desmorona a las puertas del 11-M. Y ellos, los que aseguran que Bush montó el 11-S, dicen ahora: "no creo en teorías conspiratorias".

Yo tampoco. Pero existen las conspiraciones. Hace nada fue el aniversario de una: el 23-F, cuya trama aún permanece velada. Los conocidos que hemos recordado sólo creen en las conjuras que confirman sus dogmas. La impostura de Meyssan tuvo éxito porque confirmaba lo que todos los chavales de pañuelo palestino y los maduros "rebeldes" de alma funcionarial y encallecido anti-americanismo, creían desde el minuto siguiente al 11-S: que los americanos eran culpables. Para apuntalar esa creencia, creyeron en confabulaciones. Ahora, para mantener su creencia, han de negar los hechos que amenazan el dogma de que las bombas de Bagdad estallaron en Madrid.

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