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Cristina Losada

El caos o nosotros

Su discurso anticoaliciones va a pasar factura al PP.

Su discurso anticoaliciones va a pasar factura al PP.
Cospedal, Rajoy y Arenas. | EFE

El Partido Popular llegó a una situación que exige coaliciones con el lastre de un discurso contra las coaliciones. Esa línea discursiva fue muy visible después de las municipales y autonómicas de 2015, cuando en muchos lugares el PP se vio desplazado del poder por los pactos o coaliciones forjados por PSOE, Podemos y lo que se ha dado en llamar sus confluencias. Antes incluso de los comicios, previendo su propio descenso, el PP amagó con una reforma de la ley electoral en las municipales para garantizar de un modo u otro que gobernara el partido más votado, aunque no alcanzara la mayoría absoluta. Aquella iniciativa no prosperó, pero de ella quedó una visión negativa de las coaliciones que todavía impregna las actitudes de la dirección del partido.

El PP popularizó lo de "coaliciones de perdedores", descalificó de diversas maneras a los gobiernos formados por varios partidos, denunció los arreglos "en los despachos" para cambiar los resultados de las urnas y apuntó a un posible carácter antidemocrático de las alianzas para echar del poder al ganador de las elecciones. Al tiempo, se presentó como víctima de aquellas componendas e hizo que resonara el eco del "todos contra el PP" de los tiempos de Zapatero, el pacto del Tinell y los cordones sanitarios.

Al margen de las valoraciones que merezca cada uno de los elementos de ese discurso, sin entrar en los casos en los que el PP mantuvo gobiernos municipales y autonómicos gracias al apoyo de Ciudadanos u otros partidos, el hecho es que el partido de Rajoy se embarcó en una crítica implacable de las coaliciones y que eso ha tenido consecuencias. Era una crítica de las coaliciones de otros, sí, de las coaliciones contra el partido más votado, cierto, pero deslizaba –y a veces planteaba explícitamente– una idea de la coalición como jaula de grillos, como pandemónium, como lío, cuyos rasgos distintivos eran el desorden, la inestabilidad o la ineficacia.

Asoció coalición a caos ingobernable. Un caos del que sólo se librarían los ciudadanos si daban al partido la mayoría absoluta. O, como siguen proponiendo algunos barones, entre ellos Núñez Feijóo, si se reformara la ley electoral para que hubiera una segunda vuelta. Es significativo que Feijóo dijera que se evitarían así "segundas vueltas convulsas y forzadas" como la que sería, a su juicio, la repetición electoral. Convulsa y forzada: una vez más, el caos acecha.

Con la desconfianza que sembró hacia las coaliciones, el PP llegó a la situación generada por los resultados del 20-D muy mal equipado para dotar de consistencia política a la gran coalición que propugna. Propuso enseguida la súper gran coalición con el PSOE y Ciudadanos, pero hasta el día de hoy no ha sido capaz de presentarla como una gran oportunidad política. Sólo la presenta como un soporte destinado a facilitarle el ejercicio de su derecho inalienable a gobernar por ser el partido más votado.

Al considerarlo como algo que se le debe y no como algo que ofrece, el PP no se ha ocupado de desarrollar los aspectos programáticos de su propuesta de gran coalición. No ha ofrecido una batería de propuestas políticas para darle cuerpo, de tal manera que la gran coalición aparece como un contenedor vacío, sin otro objetivo perceptible que el de permitir una continuidad: su continuidad en el Gobierno. Un objetivo, huelga decir, que no contribuye a persuadir a otros partidos a unirse al proyecto. Los disuade.

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