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Cristina Losada

El día después del terremoto político

El clima de opinión nos invitaba a ver 'Terminator'. Pero resulta que echaron 'Kramer contra Kramer'.

El clima de opinión nos invitaba a ver 'Terminator'. Pero resulta que echaron 'Kramer contra Kramer'.

En los años setenta solíamos ir a los cines de Arte y Ensayo a ver películas que no entendíamos, aunque no precisamente por el idioma. Lo curioso es que las entendíamos menos si antes de verlas algún iniciado tenía a bien, cosa que hacía gustoso, impartir las claves para interpretarlas. Armados con las claves, que tratábamos de confirmar en la película, entonces ya no entendíamos nada de nada. El ejercicio aquel impedía, además, disfrutar del espectáculo. Uno salía con la desagradable sensación de haber perdido algo.

Con las elecciones en Andalucía hemos tenido una experiencia parecida. Se llegó a ellas con unas claves interpretativas muy tremendas. Iban a señalar, tenían que hacerlo, el fin de la hegemonía de los dos grandes partidos, el comienzo de los nuevos tiempos, el crepúsculo de la vieja política, el amanecer de la nueva y el inevitable e irreversible cambio de ciclo. Todo cuanto se viene anunciando desde que empezó a anunciarse el apocalipsis del bipartidismo. El clima de opinión, en suma, nos invitaba a ver Terminator. Pero resulta que echaron Kramer contra Kramer: el PSOE ha ganado las elecciones y el PP las ha perdido. Ese es el núcleo básico y simple del argumento que salió de las urnas andaluzas.

Los dos grandes se han dejado votos por el camino, muchos más el PP (medio millón) que el PSOE (cien mil y pico), respecto a las autonómicas de 2012. Y si entonces agruparon un 80 por ciento del voto, ahora superan juntos por poco el 60 por ciento. Pero no es el fin del mundo que conocíamos. Hace tres años el tercer partido en Andalucía fue Izquierda Unida, con un 11 por ciento y doce escaños. Ese resultado lo ha mejorado Podemos, con su 15 por ciento y quince escaños. No es, sin embargo, el despegue en vertical que unos temían y otros deseaban, y no es el gran salto adelante que esperaban sus dirigentes. De ahí que sean los que más insisten, junto al PP, en que los resultados no pueden ni deben extrapolarse. Su deseo no les será concedido.

La gracia de estas autonómicas estaba en que eran las primeras de un período cuajado de elecciones, en el que el resultado de cada una de ellas influye sobre las siguientes. También y en especial por las novedades. Si uno de los partidos emergentes pinchaba el domingo, ya podía despedirse de la carrera. Sería la señal de que votarle no era útil. Ciudadanos ha salido bien pertrechado, aunque con menos fuerza de la que pronosticaban los principales sondeos, y ahora podrá gestionar su resultado para catapultarse al estrellato. Lo de Podemos es más complicado.

Un 15 por ciento es muy bueno para un recién llegado, pero no lo es para quien se empeñó en presentarse como el Sansón que iba a derribar el templo del bipartidismo y del sistema entero. Su estrategia de "Vamos a ganar, no somos unos pringados", que tanta admiración causó, es arma de doble filo. Si no obtienes un resultado espectacular, entonces sí que quedas como un pringado. Iban a golear al Madrid y al Barcelona, y bueno, pues han quedado lejos del empate con el más flojo de los dos, que fue el PP. Al Sansón podemita le han cortado el pelo en Andalucía. Donde también, por cierto, se ha llevado un buen corte la idea de que el electorado está ansioso por castigar la corrupción de los dos grandes. Un corte parcial, tal vez. Porque si algo se castigó fue lo de Gürtel y Bárcenas, pero los ERE no, que son de casa. En fin. El día después del terremoto, el mundo se parece mucho al del día antes.

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