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Cristina Losada

El efecto Furby del nacionalismo catalán

En cuanto llegan a Cataluña y entran en el despacho de alguien con mando en plaza, les sucede como a la mascota Furby: cambian de personalidad.

En cuanto llegan a Cataluña y entran en el despacho de alguien con mando en plaza, les sucede como a la mascota Furby: cambian de personalidad.

Les pasa a dirigentes del PP y les pasa a dirigentes del PSOE. En cuanto llegan a Cataluña y entran en el despacho de alguien con mando en plaza, o dan una conferencia o pisan un plató, les sucede como a la mascota Furby: cambian de personalidad. En unos el cambio es leve, casi imperceptible, mientras que otros sufren auténticas metamorfosis, como le ocurrió al comisario Almunia con las reglas europeas para un territorio que se separe de un Estado miembro. Pero todos se adaptan de alguna forma al medio ambiente, que es un medio, y también son unos medios, donde el espécimen nacionalista es, como si dijéramos, la forma natural de vida. Y lo que es más importante, donde el no nacionalista es un bicho raro pero vulgar, en el sentido de ordinario, y por supuesto un apestado.

Si mutan personalidades más recias, cómo no iba a hacerlo Susana Díaz. Allá fue, a Cataluña, con su fama reciente pero rutilante de lideresa socialista con las ideas claras sobre España. Había bastado oírla en un desayuno de la pomada madrileña para elevarla a gran esperanza, pues habló de España en unos términos, o simplemente habló de España, que hicieron pensar a muchos que en el PSOE de Andalucía había nacido una Agustina de Aragón y si no, una dirigente de la estirpe de Nicolás Redondo Terreros. Alguien que se distanciaba de Zapatero, ¡cómo si no se hubieran distanciado de él todo el partido!, y que se atrevía a decir "España". Con eso fue suficiente para canonizarla por aquello de confundir los deseos con la realidad.

Díaz fue a Barcelona, se vio con la peña del PSC, se reunió con Mas y en lugar de leerles la cartilla recitó todos los lugares comunes de la equidistancia: "separadores y separatistas", "inmovilismo", "choque de trenes" y la reforma de la Constitución para que todo el mundo esté "más a gusto". ¿Qué otra cosa se puede pedir? Ah, sí, café. A mí es lo que más me gustó de su discurso: "Todo el mundo tiene derecho ahora a tomar el café que quiera". Del “café para todos” al café que cada uno desee. Bonita reforma federal ésta que plantea que cada comunidad autónoma reciba una dosis de café competencial distinta. En resumen, Díaz fue a decir a los que quieren romper España y saltarse la ley que comprende sus motivos, pero que hay un modo menos bestia de salirse con la suya.

La adaptabilidad usual de la política, el hablar según y cómo sea la audiencia que hay delante, no alcanza a explicar este fenómeno de aclimatación que se produce, muy particularmente, en el hábitat del nacionalismo catalán. Y cuanto más tensa éste la cuerda, más acuden a rendirle pleitesía y a depositar ofrendas. Como si en el fondo creyeran que los nacionalistas encarnan a Cataluña, e incluso creyeran que se les debe un desagravio. Mas estará encantado con la colección de dóciles Furbys que van a visitarle.

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