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Cristina Losada

El éxito del Brexit

Vistos de ese modo los intereses de ambas partes, hay que concluir que habrá disputa y que será a cara de perro.

Vistos de ese modo los intereses de ambas partes, hay que concluir que habrá disputa y que será a cara de perro.
Theresa May | EFE

Es la primera vez que un miembro del club europeo lo abandona. El miembro que causa baja es, además, la segunda economía europea. Su marcha no se produce en el mejor momento de la UE, ni en lo económico ni en lo político. Coincide con el auge de sentimientos nacionalistas y anti UE en otros países de la Unión, al tiempo que es, en buena parte, el resultado de la intensificación de tales sentimientos en Gran Bretaña. Y coincide, para más, con el retorno a las esencias aislacionistas y proteccionistas que encarna Donald Trump en el otro gran pilar del orden global posterior a 1945.

Así las cosas, parece lógico que se propugne que la UE aborde la negociación con los desertores dispuesta a hacérselo pagar lo más caro posible. Hay quien piensa y dice que se impone darles un buen escarmiento a los británicos: un castigo ejemplar. No sólo para que se enteren de lo que vale un peine cuando uno queda extramuros de la Unión; también, y sobre todo, como aviso a navegantes. Creen que la dureza de la UE frente a su ex socio resulta condición necesaria para que nadie más, nunca más, tenga la tentación de seguir el camino del Reino Unido.

Otros lo formulan en términos menos rudos. El director del think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Mark Leonard, dice que "hay un imperativo político para que el Brexit no se vea como un éxito". La razón, explica, es que todos los gobiernos de la Unión afrontan, en algún grado, la amenaza de unos nacionalistas renacidos que se verían alentados e inspirados por un Brexit exitoso. El tono es distinto, pero la conclusión es similar a la anterior. Políticamente no conviene que el Gobierno británico y sus tabloides puedan llegar a jactarse de que han salido ganando con el divorcio.

Del lado británico, el precalentamiento para la negociación no augura mucho té y simpatía. La primera ministra, Theresa May, que ya había dado señales de estar por la pelea, avisó en su carta al Consejo Europeo que si no hay un acuerdo comercial satisfactorio el Reino Unido reducirá su cooperación en la lucha contra el terrorismo y otros asuntos de seguridad. Iba envuelta en algodones, pero la advertencia les sonó a muchos, en Bruselas, en la Eurocámara y en la oposición británica, a chantaje puro y duro. El tabloide The Sun resumió en su portada el mensaje de May de esta guisa: "Your money or your lives" (Vuestro dinero o vuestras vidas).

Vistos de ese modo los intereses de ambas partes, hay que concluir que habrá disputa y que será a cara de perro. Pero esto es así sólo si se consideran los intereses a corto plazo, al menos los de la Unión Europea. Hacer que los británicos paguen el precio más alto posible por su salida tal vez disuada a otros que coqueteen con la idea de desertar, y prive de un recurso propagandístico a nacionalistas y populistas anti UE. Pero tiene efectos secundarios menos favorables. Porque una Unión que se muestre castigadora y vengativa con los británicos habrá comprometido mucho la posibilidad de un retorno del Reino Unido en el futuro. Esa posibilidad no surgirá de inmediato, pero estará siempre ahí, esperando a que llegue su turno. La UE no debería renunciar a esa expectativa ni ponerle más piedras en el camino de las que ya tiene. A fin de cuentas, lo más relevante de la Unión Europea no está en su faceta económica, sino en el proyecto político de integración que representa. Para ese proyecto político, la salida del Reino Unido es una enorme pérdida.

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