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Cristina Losada

El extraño miedo del empresario catalán

Nadie espera que el empresariado adopte una actitud heroica por motivos de índole moral. Pero se espera que mire por sus asuntos.

Nadie espera que el empresariado adopte una actitud heroica por motivos de índole moral. Pero se espera que mire por sus asuntos.

Varias decenas de empresarios, ejecutivos y profesionales liberales residentes en Cataluña han hecho pública su posición sobre el proceso independentista. En pocas palabras: están en contra. Esto es, lamentablemente, una rara noticia. Y doble, porque tan novedoso es que unos empresarios que tienen sus negocios en Cataluña hablen del asunto con claridad como que manifiesten su rechazo a los planes separatistas de Mas y Junqueras.

Hasta el día de hoy, con la sonada excepción del presidente del Grupo Planeta, el empresariado catalán, especie mitificada pero existente, ha mantenido al respecto un cuidadoso silencio, apenas roto por declaraciones ambiguas del tipo "No contemplamos la independencia de Cataluña" o por la expresión supina y bovina de la equidistancia, como es rogarle al Gobierno de España que ofrezca algo, un pequeño regalo fiscal, cualquier chuchería, a fin de calmar las aguas; o sea, aquello de "¡Dialoguen!".

Los sesenta firmantes de la declaración "¿Cataluña sin Europa? ¡No!" presentan la peculiaridad de que son extranjeros, alemanes en su mayoría. Tal vez por ello no han interiorizado del todo las pautas de conducta que predominan entre sus colegas del lugar, que semejan guiarse por el consejo que daba el general Franco: "No se meta en política". Bajo la dictadura de Franco, meterse en política era sinónimo de estar en la oposición, y en Cataluña ahora, por no estar en la oposición, nadie con algo que perder quiere meterse en política.

Tan es así que los promotores de la declaración se encontraron con empresarios que a pesar de su pleno acuerdo declinaron estampar su firma. "La mayoría de las empresas piensa igual, pero tienen miedo", confesó el portavoz, Albert Peters. ¿Miedo? ¿Miedo a qué, exactamente? No irán a detenerles a las tres de la mañana, la ley ampara la libertad de opinión y expresión, y no sufren tampoco la amenaza de una banda terrorista, como les sucedía a los empresarios vascos. Como mucho, tendrán que soportar los insultos tabernarios de rigor. ¿Entonces? Lo explicó Peters, cuando contó que un potencial firmante tenía miedo de que un consejero le cancelara una comida, vaya por Dios.

Cuando una sociedad permanece en sepulcral silencio, cualquiera que haga algo tan natural en democracia, tan frecuente, tan simple como pronunciarse en contra de un proyecto político adquiere visos heroicos. Irrazonablemente, sí, pero démoslo por cierto. Pues bien, nadie espera que el empresariado adopte una actitud heroica por motivos de índole moral. Pero se espera que mire por sus asuntos, es decir, por sus negocios. Eso es precisamente lo que hacen los firmantes de esta Declaración de Barcelona cuando de forma concisa, moderada, ceñida a lo suyo advierten de las consecuencias que tendría la independencia para la economía catalana. Los otros, los que callan por no perder un negocio a corto plazo, se arriesgan a perder mucho más. Lástima que no vayan a pagar el precio.

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