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Cristina Losada

El fantasma del nacionalismo español

Sin ese fantasma del nacionalismo español al que tanto invocan, al que tanto se esfuerzan por dar corporeidad, francamente no sé qué harían.

Sin ese fantasma del nacionalismo español al que tanto invocan, al que tanto se esfuerzan por dar corporeidad, francamente no sé qué harían.
EFE

Hace un par de días puse en Twitter: "Joseph Conrad, de familia polaca, nacido ruso, hablaba polaco y francés y decidió escribir en inglés. ¿Qué harían con él los nacionalistas?". En su momento, el propio escritor explicó cómo había adoptado el inglés, mejor dicho, cómo el idioma inglés lo había adoptado a él, para ilustrar a quienes lo observaban por ese motivo "como si fuese una especie de fenómeno, posición que, fuera del mundo del circo, no puede tenerse por deseable”, según escribió en el prólogo a la edición de 1919 de su Crónica personal.

Había, respecto de su elección de idioma, algunos malentendidos que allí aclaró. Pero lo que me movió a exponer su caso sucintamente era que me parecía exponente de una complejidad que el nacionalismo no puede entender y detesta. Una complejidad que entiende menos y detesta más el nacionalismo afincado en la cuestión de la lengua, que es el asunto nuclear del nacionalismo desde que el otro asunto, el que subyace, el de la raza, quedó definitivamente invalidado como pieza del discurso político después de los horrores del nacionalsocialismo alemán. Es probable que cuanto más tenga que ocultar un nacionalismo su veta xenofóba, más radicalice la cuestión de la lengua.

A raíz de mi pregunta sobre Conrad, me llegaron decenas y decenas de respuestas de nacionalistas catalanes. Se daban por aludidos, pero trasladaban o proyectaban la alusión. Muchas respuestas eran como éstas: "Le dirían ¡habla en cristiano!"; "decirle que es un aldeano ignorante porque no habla español"; "gritarle muy alto: habla español que estamos en España"; "los españoles se reirían de él, otros le felicitaríamos"; "los nacionalistas españoles lo lincharían por traidor, en Cataluña sería admirado".

La pauta común de las réplicas era denunciar la absoluta intolerancia de los españoles hacia los compatriotas que usan una lengua que no sea el español, y proclamar su propia y enorme tolerancia en casos similares. La realidad, naturalmente, es distinta. La Constitución protege especialmente las diversas lenguas que se hablan en España, y les confiere rango cooficial. Las leyes y prácticas lingüísticas de la Generalidad catalana excluyen el idioma español de la vida pública, en primerísimo lugar de las aulas, y facultan la imposición de multas a establecimientos que rotulen en español. Es tan curiosa la tolerancia lingüística que prima en Cataluña que se llega a hostigar a las familias que reclaman una enseñanza bilingüe, como sucedió hace bien poco en Balaguer.

Lo más interesante de mi experimento involuntario a propósito de Conrad no fue, sin embargo, que los nacionalistas catalanes que intervinieron presumieran de cosmopolitismo y tolerancia, al tiempo que hacían gala de lo contrario. Por más que los dirigentes políticos del secesionismo, a fin de atraer el voto de los castellano-hablantes, intenten limar ocasionalmente las aristas del odio instigado durante años, ese odio aparece, sórdido y ciego, en cuanto hay ocasión. Pero lo interesante, en fin, fue que esos nacionalistas que replicaban a mi pregunta necesitaban que hubiera al otro lado un nacionalismo español.

Necesitan, en fin, un nacionalismo laminador de la diversidad lingüística y de cualquier otra. Un nacionalismo excluyente y homogeneizador. Un nacionalismo que sea la imagen especular de su nacionalismo. Un nacionalismo opuesto y sin embargo, o por ello, en esencia exactamente igual. Y para conseguirlo equiparan español y nacionalista ¡y ya está! Todo español que no comulgue con el nacionalismo catalán sería, así, nacionalista español por definición.

Sin ese fantasma del nacionalismo español al que tanto invocan, al que tanto se esfuerzan por dar corporeidad, francamente no sé qué harían. Porque quien más molesta a un nacionalista no es otro nacionalista, que aun de signo opuesto es como él. Quien más le molesta, al punto de que tiene que negar su existencia, es un no nacionalista. Es esa complejidad, la de la nación no nacionalista, la nación que no excluye, lo que el nacionalismo detesta, rechaza y quiere destruir.

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