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Cristina Losada

El mercado de las mujeres

El domingo, unas veinte mil mujeres, según la policía local, se manifestaron en Vigo tras  el lema “Diferentes sí, desiguales no”. Era un acto de la Marcha Mundial de las Mujeres, organización de organizaciones, que ofrecía durante el fin de semana, a modo de  “pack” turístico, forums, feria,  manifestación y alguna atracción más. La movilización se ha globalizado como nunca, y  hay que considerarla como  un negocio emergente que,  a veces,  fracasa. Como  el Forum de Barcelona, híbrido de la feria de toda la vida y de esta modalidad supuestamente alternativa, que se inventó hace décadas alrededor de los festivales de música. Sólo que lo que antes era mercadillo hippy improvisado,  ahora se institucionaliza,  y en lugar de drugs, sex and rockandroll, nos ofrecen solidaridad, pacifismo y multiculturalismo. Qué decadencia.
 
Los principales objetivos de la Marcha de las Mujeres son, según dicen, la lucha contra la pobreza y contra la violencia. Respecto a la primera, lo tienen claro: la causa “estructural” de la pobreza  es el “capitalismo neoliberal”. No he visto que propongan una alternativa, pero de la reseña de una reunión celebrada en Cuba se colige que el sistema allí imperante les resulta más aceptable. En cualquier caso, no pronunciaron ninguna palabra sobre la falta de libertad y de derechos políticos en la isla. Ni parece que se interesaran por la situación en las cárceles cubanas de las prisioneras de conciencia, que las hay.
 
La violencia también tiene un culpable original: el sistema patriarcal. No es un culpable fácil de cazar. Por ejemplo, en las democracias,  hombres y mujeres son iguales ante la ley, lo que significa que el sistema pervive en todo caso en las turbias aguas de la conciencia o en las más oscuras del instinto. Aguas a las que no se puede llegar salvo con operaciones tipo La Naranja Mecánica o,  tal vez,  con medidas educativas. La Marcha propone un proceso de educación popular “donde todas las mujeres puedan analizar por ellas mismas y para ellas mismas las causas de su opresión y las posibles alternativas”. Por ellas y para ellas.
 
Pensábamos que el tal sistema funciona, sobre todo,  en los países donde la mujer no es ciudadano, como aquellos que se rigen por la ley islámica, pero, según la Marcha, existe un “modelo patriarcal de construcción europea” que va a quedar plasmado en la Constitución. Tampoco las organizaciones internacionales son inocentes: el FMI, el BM, la OMC, y la OTAN “empobrecen y marginan a las mujeres e incrementan la violencia hacia ellas”. 
 
Al leer estos análisis, recuerdo casi con añoranza, porque,  a veces, se hilaba más fino, los que hacían los marxistas hace años respecto a la situación de la clase obrera. Y es que, en realidad, algunos sectores del feminismo no han hecho más que sustituir la lucha de clases por la lucha de sexos. Y han convertido el feminismo en una ideología de pretensiones totalizadores, y por ende, totalitarias. “El feminismo es un pensamiento, un proyecto social, una alternativa, una manera distinta de ver el mundo”, dice la Marcha. En fin,  lo que dicen todas. Todas las ideologías que han querido imponer  a sangre y fuego si era preciso –y casi siempre lo era– sus derivados políticos, sociales y  mentales  a la sociedad.
 
Toda esta mercancía ideológica, refrito de viejas ideas, no obsta para que   políticos de todos los colores se apunten al carro. Creen que se ponen al lado de “la mujer”, y que así venderán más en su mercado. Pero se ponen al lado de quienes se apropian de  la representación de las mujeres. Más que nunca, el medio es el mensaje.
 

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