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Cristina Losada

El nacionalismo compasivo

A fin de hacer digerible el sapo, manifiestan que se ha de conservar la memoria de las víctimas de ETA. Pero la quieren, si realmente la quieren, encerrada en una urna, como una pieza decorativa, sin que esa memoria tenga una traducción política.

Qué perfecta unanimidad la de la familia nacionalista. Toda su preocupación se dirige hacia los presos de ETA. Que los acerquen ya; que se acabe con la cruel dispersión y el desesperante alejamiento; que se reinserte –es el eufemismo de la semana– a esos infortunados. Así claman, y ni un día han esperado tras el comunicado, los portavoces de partidos que se consideran demócratas y llevan fama de moderados. Hay que ver cuánta inquietud humanitaria les provocan los terroristas encarcelados y hasta los huidos, a los que llaman exiliados. Qué gran oleada compasiva protagonizan estos émulos de Concepción Arenal. Y a cambio de esas medidas de gracia, que se adivinan antesala de otras que aún no se atreven a reclamar de forma explícita, a los etarras presos no les requieren nada. Quizás, tal vez, puede que fuera conveniente que dieran muestras de algún arrepentimiento, pero eso figura en la letra pequeña. En el capítulo de los buenos deseos.

En contraste, su actitud hacia las víctimas de ETA. A ellas sí les exigen. Que si no es la hora de la venganza ni momento de rencores, como si esto fuera un ajuste de cuentas entre bandos. Y el clásico, que se cuela siempre, de que las víctimas no deben dictar la política relacionada con el terrorismo y sus consecuencias. Pero, ¿alguna vez la han dictado? Claro que no. Tendrán, no obstante, el derecho a plantear sus demandas. Igual que hacen ellos. Ellos, que sí quieren dictar la política en este y otros trances. Cierto que a fin de hacer digerible el sapo, manifiestan que se ha de conservar la memoria de las víctimas de ETA. Pero la quieren, si realmente la quieren, encerrada en una urna, como una pieza decorativa, sin que esa memoria tenga una traducción política. Ni judicial, por supuesto.

El dirigente peneuvista ha transmitido a Zapatero las primeras condiciones del "tiempo nuevo". Condiciones viejas. Decía Urkullu que los reclusos etarras han de tener igual trato que los demás. Pues ya lo reciben. Reciben el mismo trato que otros terroristas presos, como los del Grapo. A ningún partido que no quisiera ser tomado por una secta delirante se le ocurriría abanderar la causa de los treinta y tantos miembros del Grapo que alojan las cárceles. Yo no aprecio diferencia sustancial alguna entre unos y otros. Salvo que ETA ha asesinado diez veces más y que sus presos disponen de todo un cortejo de valedores. Forman parte de la familia nacionalista. Y la familia permanece unida. En un desafío más al Estado de Derecho, propone también el PNV que se derogue la Ley de Partidos. Tranquilamente. Olvida –es un decir– que ETA sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso.

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