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Cristina Losada

El pueblo como basura

Es argumento reiterado por los partidos de izquierda que las propuestas restrictivas con la inmigración son "electoralistas"; gustan a la gente. Vaya opinión que tienen del pueblo. Están convencidos de que alberga repulsivos instintos y sentimientos.

En sus años de diputado en Madrid, Joan Herrera ha conocido a gente –es lo que tiene esa ciudad– y ahora sus nuevos amigos le han sacado un manifiesto favorable, que es lo que tienen por costumbre los artistas que todos conocemos. Para qué nombrarlos. Ayer firmaban y refirmaban por Zapatero y hoy firman por Herrera, el "ecosocialista", para no entendernos. Aunque, precisemos, desde la distancia: si vivieran en Cataluña, este domingo votarían por él. La deslocalización del "mundo de la cultura" también es un problema.

Me ha gustado el argumento de un veterano en el oficio de compañero de viaje, Juan Diego, quien declara: "Si perdemos la dignidad de ser de izquierdas nos convierten en basura, y Herrera no pierde esa dignidad". Con qué cuidado ha evitado decir "nos convertimos en basura". De qué manera se elude responsabilidad por haber apoyado a Zapatero. La suprema dignidad de ser de izquierdas tiene una virtud envidiable: uno nunca sale enfangado de los tratos con la realidad. La basura está en otra parte.

El candidato Herrera daba una pista al respecto. En el debate de los seis candidatos, al reprocharle al PP sus propuestas sobre inmigración, afirmó que la "política del odio" saca votos en los barrios. De hacer caso a nuestro "ecosocialista", los barrios catalanes están poblados por personas predispuestas a odiar a los inmigrantes y a votar a quien prometa mano dura contra ellos. Cree, entonces, que muchos de sus conciudadanos son racistas declarados o en potencia a los que habrá que reeducar, naturalmente. Cierto que podía haber sido un desliz, pero no. Es argumento reiterado por los partidos de izquierda que las propuestas restrictivas con la inmigración son "electoralistas", esto es, gustan a la gente. Vaya opinión que tienen del pueblo. Están convencidos de que alberga repulsivos instintos y sentimientos.

La cuestión trasciende la anécdota y nos asoma a uno de los rasgos más desagradables de la izquierda. Téngase en cuenta que la mala voluntad del hombre siempre se ha interpuesto en la realización de las buenas intenciones de la elite iluminada. Por algo los regímenes comunistas trataban a la gente –y tratan los que aún perviven– como basura. Allí la mandaban directa al gulag. El ecosocialismo la envía al reciclaje. Todo está en la "dignidad de ser de izquierdas". La superioridad moral implica la inferioridad de los demás. La basura está en casa.

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