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Cristina Losada

El ruido de la calle

Aquí, de haber creído en las plazas Tahrir que embelesaban a la Primera, la Sexta y tantas otras, no podríamos explicar cómo la gente fue a votar el domingo pasado.

Un periodista y ensayista inglés del XIX acuñó la frase de que "la opinión pública es la opinión del hombre calvo que va en la parte trasera del ómnibus". La agudeza de Walter Bagehot ha tenido interpretaciones y variantes, pero salta a la vista que el del bus es un señor que no vocifera, no va de manifestaciones y no monta estrafalarios campamentos en la vía pública. Representa, por así decir, a la mayoría silenciosa, y con mucha más frecuencia de la que desean cuantos juegan a revolucionarios, ésa es la mayoría que se expresa en las urnas y no en las asambleas de mano o manecita alzada. Ahí voy al llamado 15-M. Ha sido votar y han desaparecido de la escena los indignantes. De la pequeña pantalla y de las páginas de los diarios que fantaseaban sobre la (falsa) novedad y sus trascendentales y políticas repercusiones. Vivían por, para y de los focos y resultó que fuera de ellos no eran nada.

El historiador Paul Johnson aventuraba que, en relación a la guerra de Vietnam, el problema de los gobernantes norteamericanos era que creían lo que leían en los periódicos, todos contrarios. Aquí, de haber creído en las plazas Tahrir que embelesaban a la Primera, la Sexta y tantas otras, no podríamos explicar cómo la gente fue a votar el domingo pasado. Pongamos, desde otra óptica, el caso de Cataluña. El fragor manifestante rechazaba los recortes del gobierno convergente y las teles, selectivamente adictas al alboroto, lo transmitían extasiadas. Médicos, enfermeros, pacientes, ancianos, todo el mundo protestaba. Se hubiera esperado un fuerte castigo a los responsables de la injusta poda. Pero llegaron las urnas y ¡sorpresa! CiU sobrepasó al PSC y a la mañana siguiente, Artur Mas servía, sin despeinarse, una ración extra de recortes. Y bramaba Rubalcaba que era Rajoy el de la "agenda oculta". No sólo los nacionalistas catalanes. También el socialismo vasco guardaba la motosierra para el día después.

El ruido de la calle es así. Puede generar una imagen de la opinión que luego no coincide con la del calvo, que es el señor que vota. Tal distorsión, de origen casi siempre interesado, provoca grandes frustraciones y, en alguna ocasión, vulgares insultos a la mayoría silenciosa. Ya vendrán las revueltas, como vienen las oscuras golondrinas, pero entretanto aquella mayoría ha ignorado a la #spanishrevolution y no parece abominar a priori de una política de ajuste.

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