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Cristina Losada

El sinsentido común

"Nosotros hablamos de los problemas que de verdad preocupan a la gente", repetía el PP. Mientras, sus adversarios se afanaban por decirle a la gente cuáles eran los problemas, por irreales que fueran, que debían preocuparle.

En las cancillerías europeas cunde, por lo visto, cierto asombro ante el hecho de que en España se haya revalidado y reforzado al único Gobierno "de izquierdas" de Europa que exhibe esa etiqueta con jactancia. No es la primera vez que vamos a contratiempo. Acude a la memoria algo que Charles Peguy dijo hace mucho de sus paisanos: "nunca se sabrán las cobardías que han cometido nuestros franceses por miedo a no parecer suficientemente de izquierdas". Reformulada la frase para nuestro caso, podemos decir que los españoles han tenido miedo de no parecer, allá por los ochenta, suficientemente modernos y, ahora, verdaderamente postmodernos, con su relativismo, su irracionalismo y su deconstrucción acompañantes.

La izquierda postmoderna no representa una doctrina política específica, sino una proclamación sentimental y orgullosa de virtud y esperanza, señalaba Paul Hollander en Discontents. Postmodern and Postcommunist. Es un tipo de izquierda que deja de lado los problemas relacionados con las desigualdades económicas, de los que se ocupaban sus mayores, para centrarse en los derivados de la crisis de identidad y las dificultades de la autorrealización, propios de las sociedades del bienestar. Abandona la lucha de clases y la fe en el progreso, para sumirse en las políticas identitarias y en los "nuevos" movimientos sociales (feminismo, gays, ecologismo).

Frente a ese enfoque, que aun torpemente era adoptado por el socialismo gobernante, la apelación al sentido común y al bolsillo del PP constituía una respuesta insuficiente y anticuada. Los resultados del 9 de marzo han refutado su discurso. Una vez más, la gente no ha votado con el bolsillo. No era la economía. Y si esa variable influyó de algún modo, fue a favor de quienes ofrecen más gasto público, más prestaciones, más subvención y en definitiva, más protección de Papá Estado. Aunque luego lo incumplan o provoquen la ruina total.

Los clisés ideológicos suelen revelarse más fuertes que la experiencia. La crisis de los noventa está lejos. Hay votantes que no vivieron la época. El PP no se ha esforzado en rememorarla. Estaba preso de la idea-talismán de que la gente no quiere mirar al pasado, sino al futuro. El talismán es falso. Y, además, ahí estaba el PSOE para inducir al personal a no perder el pasado de vista. Un pasado, tanto el reciente como el remoto, que los socialistas vienen utilizando desde hace años para deslegitimar a la derecha. No han tenido réplica. "Nosotros hablamos de los problemas que de verdad preocupan a la gente", repetía el PP. Mientras, sus adversarios se afanaban por decirle a la gente cuáles eran los problemas, por irreales que fueran, que debían preocuparle.

Hay otros tópicos que el resultado electoral deja temblando. Uno de ellos reza que la mayoría de la sociedad española está en contra de las cesiones a ETA. Lo decían las encuestas, sí, pero también arrojaban el dato de que la mayoría apoyaba la negociación. Lo cierto, y lo terrible, es que si el 11-M dejó patente una disposición al apaciguamiento, el 9-M certifica esa voluntad. Las componendas con la banda terrorista no han supuesto un alto coste para Zapatero, si es que no han sido premiadas. Un sondeo preelectoral indicaba que la mayoría pensaba que el PSOE gestionaría mejor que el PP el problema del terror. Ahora se prefiere al "dialogante". La actitud de la sociedad española ante el terrorismo no es tan firme como se viene pregonando.

Tampoco es tan firme y general su rechazo al virus del nacionalismo. El mayor acopio de votos por parte de los dos grandes partidos parece mostrar el deseo de que el Gobierno central no dependa de esas bisagras depredadoras. Pero resulta que el PSOE ha incorporado una parte sustancial del discurso nacionalista. Capta, incluso, votos en ese caladero. El PSC, su franquicia más nacionalista, constituye su principal vivero. Desde que llegó Z al poder ha sido evidente ese corrimiento. Que el viraje haya sido refrendado en las urnas augura que continuará. La colusión del PSOE con el nacionalismo está para quedarse. Y eso, que no es de sentido común, tiene, sin embargo, finalidad y sentido.

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