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Cristina Losada

El triunfo de la desmesura

Pero ¿qué hacen estas señoras tan trajeadas y peripuestas delante de una columna de jóvenes que gritan en gallego “Fraga, cabrón, trabaja de peón” y de esos otros que berrean con rabia “La culpa de quién es, de los que votan al PP”, consigna favorita de los nacionalistas galaicos? Esas señoras y otras y otros, con toda su pinta de votar a Fraga y al PP, se unieron en Vigo a la manifestación convocada por la catástrofe del Prestige, que reunió, dicen, a 150.000 personas. Y no es posible que estuvieran tan sordas ni cegatas como para no saber dónde se habían metido, no. Arrastradas por la ola de emotividad que se ha desatado en Galicia con motivo del desastre, muchas gentes morigeradas han nutrido las protestas organizadas por la oposición, no contra la empresa que fletó el petrolero ni contra sus armadores ni contra la UE, sino contra los gobiernos de Galicia y España.

Se buscan culpables y la oposición ha conseguido que sean los que le convienen. Nunca como ahora había prestado tan buenos servicios la consigna de la culpa. Nunca como ahora en Galicia se habían explotado con tanto éxito los sentimientos de indignación ante una catástrofe. No hay mesura ni racionalidad que valgan. La crítica ha sido barrida por el aullido. No en todas partes. En La Coruña, a la misma manifestación acudieron cinco mil personas. Pero en Vigo eran decenas de miles las que pedían la dimisión general. El PP es el culpable, siempre lo ha sido, de todo lo malo que ocurre. Ahora, a la minoría que hace años que cree eso, se le ha unido más gente, gente que en otras circunstancias vería temerosa protestas de ese calibre. Pero hoy todo vale. Contra el Gobierno que no detuvo la marea porque se fue a cazar, porque se quedó en Madrid, porque deja que los pobres marineros recojan el fuel con las manos.

La oposición está que se sale. Durante años ha asegurado que Galicia era zona catastrófica por la labor maligna del PP, empeñado en hundir los pilares tradicionales de nuestra vida: el agro y la pesca. No se les hizo caso y perdieron todas las elecciones. Ahora, al fin, la catástrofe es visible y notoria. Tenían razón, como la han tenido todos los que desde tiempo inmemorial denuncian el abandono de Galicia por el poder central. Las deficiencias del Gobierno al afrontar el naufragio del Prestige son el fruto amargo del secular abandono. La historia de Galicia interpretada en clave victimista se alza de nuevo, fortalecida. Y son tantas las ventajas psicológicas que produce tal visión, que pocos se resisten a ella. Se ha convertido en verdad común. Con el Prestige hemos sido víctimas otra vez y los verdugos son los habituales: el Gobierno central y sus títeres en Galicia. Envuelta en toda la simbología nacionalista, banderas, gaitas, himno gallego, la masa gime, cruje y exige que caigan.

Héroes y villanos

La sobredosis de populismo, autocompasión y demagogia que estamos soportando aquí es repugnante. Asistimos a una exaltación de la emotividad, base de la formación de la masa, en la que, como señalaron los padres de la psicología de grupo, se intensifica la afectividad y se debilita la actividad intelectual del individuo. Hemos contado para esta regresión con la inestimable colaboración de muchos medios de comunicación, que han ido escribiendo con las tintas más negras posibles el guión de esta película. Frente al villano, que ya quedó claro quién era, se alzaron al poco los héroes de la cruzada antichapapote: las gentes del mar, los voluntarios, la sociedad rebelde. Pues sí, Galicia, país sumiso que aguanta lo inaguantable, se ha levantado por fin contra el agravio, repican los comentaristas. Ay, del que se atreva a llevar la contraria.

La televisión gallega, único medio importante realmente controlado por la Xunta, ha sido acusada de manipular y censurar sin límite. Como siempre. Ya Beiras achacó el último revés electoral del BNG directamente a los medios y en especial a esa TVG de sus pesadillas. La TVG, que al menos ha informado con amplitud y en detalle de la situación, lógicamente no ha dado la visión de caos e incompetencia del Gobierno que la oposición quería. Por si les sirve de consuelo, las teles catalana, vasca y otras han presentado el cuadro más desastroso que han podido de la gestión de la crisis.

En la mayoría de los medios ha cundido una desbordante simpatía hacia toda crítica y protesta. La intervención policial contra una quincena de radicales que cortan el tráfico en Santiago con monos manchados de fuel se titula: La policía carga contra voluntarios. Los que abuchean a Aznar en Coruña resisten como leones “los gélidos vientos”. Con la masiva manifestación del 11 de diciembre, Vigo recupera su dignidad, dice una crónica. Apedreamiento de la sede del PP incluido, se supone. Un detalle que recupera una tradición nunca del todo olvidada de lucha violenta que floreció cuando la reconversión del naval. La “marea negra fascista” en Galicia es tal que no hay otra salida que el desfase. Cuando Beiras dijo que podía haber muertos si venía Aznar, estaba diciendo una verdad, la suya: reflejaba las ganas de linchamiento que se palpan por su entorno.

Pájaro en mano

Junto a los héroes locales, en realidad toda la sociedad gallega, ¡cuánto jabón nos estamos dando!, los figuras más admirados por el papanatismo mediático han sido los señores de Greenpeace. Llegaron con su cien veces mítico y emblemático barco y fue como el santo advenimiento. Entraron pájaro en mano, literalmente: con un pobre pájaro muerto, manchado de fuel, ofrecido como foto fácil a las cámaras. Era la prueba de la maldad de todos menos de esos espíritus puros de Greenpeace, que viven del aire oceánico y no del dinero que pueden arramblar. La multinacional verde, de opaco funcionamiento, que profetizó el fin definitivo de la vida en el Golfo Pérsico tras la guerra. Pocos años después se había recuperado el ecosistema entre un 70 y un 100 por ciento, escribía aquí Jorge Alcalde. Pero viven de augurar el Apocalipsis.

¿Quién saldrá ganado de todo esto? No la sociedad gallega. Junto a los costes medioambientales y económicos, habrá otros derivado del grado de enfrentamiento y conflicto que se ha alcanzado y del paroxismo emotivo y la ceguera pasional con que ha reaccionado gran parte de la sociedad. La oposición está esperando con los calderos, a ver qué recoge de tanta segregación glandular. La horda se ha unido contra los viejos jefes, puede ser la ocasión de oro para un nuevo caudillo.

Para el BNG, cuyas posibilidades electorales venían cayendo en picado, es la gran oportunidad. Está en su salsa a la cabeza de la movilización, pero ese mismo radicalismo puede perjudicarle, como otras veces, en las urnas. No hay que descartar que el PSOE recoja las nueces. Pero el discurso exaltado de los nacionalistas ha conseguido más audiencia y credibilidad, lo que puede conducir al PSOE y al PP a escorar más hacia la demagogia populista.

Cuando el Club Financiero de Vigo aprovecha la coyuntura para pedirle al “Estado español” más dinero para la triste, sola y siempre relegada Galicia, previendo si no la ruina por años y años y años, y se suma y se solidariza y se flagela las magras carnes para que algo así no vuelva a ocurrir Nunca mais, nuevo santo y seña de la tribu, ya podemos prepararnos, ahora sí, para lo peor.

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