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Cristina Losada

En busca de la identidad perdida

Pues hoy, ser de izquierdas se ha vuelto un oficio incierto que aboca a decidir, en cada momento, si algo es o no es de ese género. Y ello sin que se haya inventado el test que permita dirimirlo

Bien mirado, siempre ha habido cierta confusión sobre qué era ser de izquierdas. Tomemos, por ejemplo, a los comunistas, que la convención considera de izquierda o de extrema izquierda. Pues bien, hasta que descubrieron la utilidad de alianzas con “sectores de la burguesía” –ficticios o no, esa es otra historia– no se dejaron meter en el saco de la izquierda, que era, a fin de cuentas, un saco burgués, tejido por la no menos burguesa democracia parlamentaria. En un comunista auténtico, la izquierda concitaba un desprecio similar al que, hoy, intelectualas socialistas como Carmen Calvo sentirían ante un cónclave de marujas. Los grupos comunistas no incluían aquel término en su nombre. Salvo cuando empezó a caer el telón, se acabó el orgullo y hubo que cambiar los letreros.
 
Era aquella una ambigüedad con la que se podía vivir y, de hecho, la gente de izquierdas no se preguntaba todo el tiempo en qué consistía serlo. Así se ahorraban desvelos. Pero eso era antes. Antes de que llegara Rodríguez. Éste ha descubierto las ventajas de la marca “izquierda”, que conserva su prestancia y su prestigio haga lo que haga y pase lo que pase. Mas en lugar de contentarse con vivir de esa renta, ha querido desentrañar el misterio. Se ha empeñado en explicar lo que es ser de izquierdas, por decirlo con su propia sintaxis. Como los pesados que se ponen a contar qué representa una pintura abstracta.
 
No es Rodríguez de los que se estrujan los sesos para dotar de nueva identidad a la izquierda. Su primera definición se la copió a su hija, aunque tal vez era suya y lo ocultó por modestia. Con la sencilla frase de que los de izquierdas se preocupan por los demás, quedaba resumida y actualizada la montaña de literatura dedicada al tema. Y gota a gota, ha ido destilando nuevas lecciones. Hemos sabido que bajar ciertos impuestos es de izquierdas y que subir otros no lo es, y que la balanza se inclina según el barullo que se arme. Que es de izquierdas tomarla con el alcohol y el tabaco, aunque si estas sustancias, y otras, se incardinan en la “cultura de los jóvenes”, la misma izquierda rebosa tolerancia. Y hemos aprendido que enviar tropas a Afganistán lo es, pero que hacerlo a Irak no. Persiste aun la duda de si es admisible, desde la izquierda, hablar de “tropas”.
 
Y no es la única. Pues hoy, ser de izquierdas se ha vuelto un oficio incierto que aboca a decidir, en cada momento, si algo es o no es de ese género. Y ello sin que se haya inventado el test que permita dirimirlo. Hay, claro, un procedimiento sencillo, que en Galicia se recoge en este proverbio:Si non é boi, é vaca. Si no es buey, es vaca. Si no es de derechas, es de izquierdas. O, como suele aplicarse, si es de derechas, no es de izquierdas. Pero en la práctica resulta insuficiente. De modo que la izquierda vive en perenne preocupación por su identidad, segura únicamente cuando se define en contra. A la postre, le queda aferrarse al nombre. Y a ello debería limitarse Rodríguez, que no nació para teórico. En cuanto a la identidad socialista, esa aún está peor. Sólo da para cantar la Internacional una vez al año.

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