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Cristina Losada

España se rompe, ja, ja, ja

El gobierno recurre a la mofa y la caricatura porque no puede ofrecer garantías de que vaya a mantener en pie la viga maestra del edificio constitucional.

No alberguen temor alguno Moncho Borrajo ni otros cómicos que andan por España ganándose la vida. A pesar de las carcajadas que arranca ZP a su público, el presidente no podrá hacerles sombra. El mejor de sus chistes es uno que ya vienen contando desde hace meses Rubalcaba, Blanco y otros aprendices de cómico, o de brujo, que son oficios que a veces se tocan. Es el chiste de la ruptura de España. Con letra de ZP sonaba más o menos así en Valencia: “Estamos haciendo las reformas de los Estatutos, ¡y dicen que se va a romper España!” Y acto seguido, plantó el gesto y la pausa precisos para que el público respondiera como se esperaba de él, obediente, que para eso eran socialistas cautivos: Ja, ja, ja. Ay, qué risa, tía Felisa. En tiempos, los reyes solían tener bufones y cada uno cumplía su papel. La novedad española es que el rol de gobernante y bufón lo haya asumido un solo actor.

El socialismo gobernante ha adoptado la bufonada como respuesta a la inquietud de la sociedad por los experimentos que está haciendo en Cataluña. Un laboratorio cuyo anexo, o tal vez, matriz, se encuentra en el País Vasco. Sea como sea, estamos en vísperas de una nueva coincidencia, de esas que con tanta abundancia salpican la era ZP. Puro azar todo, dice él. Sincronicidad, diríamos con Jung, que creó ese concepto para ahormar las casualidades significativas. Pues resulta que el regateo en la sombra sobre el Estatuto catalán va a culminar, si se cumple el deseo socialista, al mismo tiempo que el aún más penumbroso proceso que asomará a la luz en la asamblea de Batasuna. Asomará, porque metidos en este ejercicio de paralelas, a ver quién se interpone en el camino de la casualidad, digo, de la fatalidad.

Pero la risa lo cubre todo. Y lo encubre. Si quisiera, el gobierno podría infundir seguridad a los ciudadanos con declaraciones claras. Pero no lo hace. Del concepto de nación ya sabemos lo que no piensa. Luego, no ha querido formular enmiendas comme il faut a un proyecto que no reforma un Estatuto, sino que lo deroga; y que deroga también la Constitución. Después, no ha querido debatir el texto en la sede de la soberanía nacional, sino en petit comité y a puerta cerrada. En el País de las Maravillas, del “pensamiento Alicia” (Gustavo Bueno) de ZP, se ha engendrado un país de las camarillas. Nos dicen que se mantendrán firmes en la financiación. Pero Cataluña podía haber conseguido la financiación que ahora ofrece el gobierno por la misma vía que logró las anteriores ventajas fiscales: con el mismo Estatuto. Ahí sí que habló claro Manuela de Madre. En el Congreso, el 2 de noviembre: “queremos el Estatut para decir que somos una nación”.

En el preámbulo o en el articulado, tanto da que da lo mismo. Y la imposición de la lengua y el control sobre la educación y la información y un largo etcétera. El gobierno recurre a la mofa y la caricatura porque no puede ofrecer garantías de que vaya a mantener en pie la viga maestra del edificio constitucional. Que es el sujeto constituyente: la nación. ZP, Blanco y Rubalcaba se ríen, ja, ja, ja, como si la ruptura de España fuera un delirio de orates catastrofistas, una alucinación como pensar que unos gnomos pueden dinamitar las fronteras entre las comunidades autónomas. Se ríen, sí, pero ni un argumento, ni una razón, ni un compromiso de que no van a repartir la soberanía a espaldas de su único titular, los ciudadanos españoles. Para más, como dicen en mi pueblo, no tienen gracia ninguna.

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