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Cristina Losada

¿Estará Pedro con el separatismo de los ricos?

Darle bola al separatismo de los ricos no es, no puede ser ni ha sido nunca, estimado Pedro, ese “ idioma de la socialdemocracia” que dices que hablas.

Darle bola al separatismo de los ricos no es, no puede ser ni ha sido nunca, estimado Pedro, ese “ idioma de la socialdemocracia” que dices que hablas.
EFE

Todo cuanto va diciendo Pedro Sánchez sobre su alternativa para el problema catalán me sume en la desesperanza. Todo lo que va diciendo muestra su aceptación acrítica de la construcción ideológica del nacionalismo. Para empezar, no es consciente de que el nacionalismo es una ideología. Cree, eso parece, que es el resultado natural de un sentimiento de pertenencia particularmente intenso, y como tal respetable y admirable, aunque pueda lamentar sus excesos. Su definición de nación, en aquel debate que tuvo con Patxi López, como "un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía" (citó a Cataluña y el País Vasco, no a otros lugares ni, por supuesto, a España), fue una primera señal de su creencia en la fuerza nacional del sentimiento, y de su querencia por el sentimentalismo. Puede que sea una creencia instrumental y que se rinda al sentimiento, corazón, corazón, por saber que es carta ganadora. Respetar los sentimientos, ¿quién puede oponerse a esa ternura?

Lo que debería saber Pedro Sánchez es que el sentimiento nacionalista no es un grado superior del sentimiento de cariño y apego al lugar donde se ha nacido, a su paisaje, lengua, historia o tradiciones. Es el nacionalismo el que lo presenta así: como un sentimiento más fuerte, y por tanto superior, al que ningún bien nacido puede oponerse. El nacionalismo se comporta como si fuera la expresión natural de un pueblo al que previamente ha construido, en su peligrosa fantasía, como una entidad orgánica, uniforme y homogénea. Por eso se cree con todos los derechos a imponer su sentimiento a los demás. Esa imposición conduce a la exclusión. Para que lo entienda Sánchez: a ojos de los nacionalistas gallegos, yo no soy realmente gallega, porque no soy nacionalista.

En la clausura del congreso regional del PSOE andaluz, expuso Sánchez su "idea de España como nación de naciones" diciendo: "El federalismo que defendemos frente al centralismo es una suma de identidades diversas". Pero ¿qué identidades, exactamente? Mucho me temo que el plural encubre un singular. Que Sánchez, cuando habla de identidades, habla de la identidad nacionalista. Cuando piensa en lo que él llama identidad catalana, vasca, gallega, y posiblemente otras, está pensando en la identidad definida, reducida y enclaustrada por el nacionalismo. No admite el nacionalismo identidades en plural: ni superpuestas, ni paralelas, ni indiferentes. El nacionalismo insiste tanto en la identidad porque sólo admite la identidad nacionalista. Esta es la que ha comprado Pedro Sánchez, o por desconocimiento del nacionalismo o por desconocimiento de España. Igual que ha mercado lo de la "nación cultural", otro producto homogéneo, uniforme y orgánico inexistente.

Estuvo bien Susana Díaz cuando dijo en su congreso: "Soy andaluza y española. No obligo a nadie a que se sienta como yo". Frente a la faramalla nacionalista que ha adquirido Sánchez en estos meses de regateo, alguien del PSOE vindica o, al menos, recuerda la idea de la ciudadanía. Claro que lo que hay que recordarle a Sánchez, sobre todo, es que no puede ser comprensivo y afable con el separatismo de los ricos. Con unos independentistas que lo que quieren es no pagar para que en las regiones menos afortunadas dispongan de una sanidad, una educación y unos servicios públicos adecuados. Pues ese es, por no escarbar más profundamente, el egoísmo mezquino que hay detrás de los sentimientos que Sánchez tanto respeta. Si aún fuera el independentismo de una región empobrecida y abandonada, yo entendería que el PSOE simpatizase. Pero ¿con esto? Darle bola al separatismo de los ricos no es, no puede ser ni ha sido nunca, estimado Pedro, ese " idioma de la socialdemocracia" que dices que hablas.

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