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Cristina Losada

La familia republicana

Resulta altamente improbable, por no decir imposible, que César Antonio Molina se hubiera lanzado a mencionar a una familia monárquica, falangista o franquista, casos estos últimos de no pocos ministros, altos cargos y dirigentes del PSOE.

Zapatero ha sacado nuevos ministros para los minutos basura y, a pesar de esa condición, los recién llegados se han emocionado tanto con la cartera que lucirán por pocos meses como los que se han visto obligados a abandonarla. A ese estado del alma hay que achacar buena parte de lo que dijeron los salientes y los entrantes. Desde las navegaciones extremeñas con carta pero sin barco que encallaron en los minipisos, hasta los premios Nobel que concedió graciosamente el científico de los Països Catalans a aquel que acababa de darle el cargo. El nuevo ministro de Cultura, hombre ilustrado, para variar, quiso dedicar su nombramiento a la familia, cosa que es natural. Pero no se contentó con recordar a sus ancestros, sino que exhibió el rótulo político correspondiente: una familia republicana de muchas generaciones.

Hay quien verá en ello un mero seguidismo de una moda implantada por ZP, y tendrá algo de razón. Lo cual es lamentable, toda vez que se espera de los intelectuales que no les sigan la corriente a los políticos y menos al poder. Pero eso es mucho pedir en estos tiempos. Y más si te hacen ministro, que es el sueño del funcionario que tantos españoles llevan dentro. Incluso de un ministerio como el de Cultura, que, como recordaba aquí Carlos Semprún Maura, es un departamento gubernamental que nació, por motivos obvios, bajo regímenes totalitarios. Cuanto menos se meta el gobierno en la cultura, mejor para la cultura.

Resulta altamente improbable, por no decir imposible, que César Antonio Molina se hubiera lanzado a mencionar a una familia monárquica, falangista o franquista, casos estos últimos de no pocos ministros, altos cargos y dirigentes del PSOE. Y de alguna manera su declaración deja en evidencia a esos hijos del régimen anterior que no pueden presumir del pedigrí que ahora ennoblece. Pero ése es su problema. El problema que, sin embargo, afecta a todos es la instauración del pedigrí. La relevancia que ha adquirido la adscripción política de los antepasados. El hecho de que uno pueda enorgullecerse de abuelos "republicanos" y deba avergonzarse de abuelos "nacionales". La imposición en el presente de unas categorías morales, de una división entre "buenos y malos", arrancadas del pasado. Todo ello como consecuencia de la instrumentalización política de la historia que cursa bajo el nombre de "memoria histórica".

Los republicanos, los escasos republicanos que había en la Segunda República, sufrieron indeciblemente bajo el franquismo. También sufrieron otros que no lo eran. Y con el Frente Popular, otros, de derechas y de izquierdas, padecieron asimismo. La mayoría de las familias españolas presentan en su árbol genealógico un surtido de las tendencias políticas de la época. El memorial de discordias y agravios pertenecía a la historia, o permanecía en el ámbito privado, una vez hechas las reparaciones y reconocimientos pertinentes tras el fin de la dictadura. Con Zapatero ha saltado al terreno político. Con el nuevo ministro llega a las tomas de posesión. Ahí, sin embargo, no cundirá el ejemplo. Hay demasiado azul en el armario.

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