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Cristina Losada

La hora de la anti política

Nadie se pronuncia abiertamente contra la negociación y el acuerdo, pero en la práctica se imposibilitan.

David Brooks, uno de los columnistas más templados e interesantes de la prensa norteamericana, escribió el otro día sobre España. Lo hizo hablando de Donald Trump, y lo hizo sin mentar a España, pero al leerlo era difícil no encontrar similitudes entre el fenómeno que describía y cuanto viene sucediendo aquí. Brooks sostiene que Trump es la culminación de unas tendencias que han marcado el paso de la política en EEUU durante los últimos treinta años. Son tendencias que entre nosotros no hace tanto tiempo que están ahí, no al menos en su forma extrema, y quizá por ello no tenemos ahora a un Trump. Pero de todo lo demás, hay en abundancia.

Tenemos una corriente de opinión que rechaza al político profesional y exalta a los inexpertos. Que considera que los políticos experimentados son nocivos, tanto que los declara culpables de los males de la patria, y quiere "elegir a personas que no tienen ninguna experiencia política". Justo cuando la política se ha vuelto más compleja, se pretende dejarla en manos de amateurs y outsiders. Quienes no permitirían que unos aficionados arreglaran su coche averiado están dispuestos a ponerlos a arreglar el país. O a gestionar los presupuestos millonarios de una autonomía o de un ayuntamiento importante.

Tenemos una corriente de opinión que "deslegitima el compromiso y la negociación", si bien de manera indirecta. Nadie se pronuncia abiertamente contra la negociación y el acuerdo, pero en la práctica se imposibilitan. Un compromiso implica cesiones, supone que ninguno de los que pacta consigue todos sus objetivos, y significa, lógicamente, que se renuncia a parte del programa partidario. Pero resulta que se quiere a la vez que los partidos lleguen a acuerdos y que sean fieles al cien por cien (nunca lo son, de todos modos) a sus programas. Bueno, los que estén por lo segundo deberían ser conscientes de que, en realidad, no están a favor de los pactos.

La recepción del acuerdo PSOE y Ciudadanos está sirviendo de indicador de cuál es la idea de la política que prevalece en España: ¿la política como lucha de vencedores y vencidos o la política como medio para conciliar intereses distintos? Quienes ven la política democrática como una lucha que ha de saldarse con vencedores y vencidos, no reconocen al Otro. No admiten que son legítimas otras opiniones, otras ideas políticas, otros intereses. Tienen problemas con la pluralidad, y no aspiran a menos que "la victoria total para ellos y sus doctrinas".

En otras palabras, rechazan cualquier límite, cualquier restricción. No aceptan, para empezar, que la política es una "actividad limitada". Para ellos, la política lo puede todo. Debe poder. Podemos. Así, hacen promesas imposibles de cumplir y generan expectativas grandiosas e irrealizables. Una conducta cuyo efecto, como señala Brooks, no es otro que la frustración, pero una frustración que favorece a los vendedores de magia política: las expectativas frustradas empujan a los votantes al cinismo y a la indignación contra la política de la que se nutren los magos.

Con mayor o menor intensidad, esas tendencias han cristalizado en la España de la crisis, se han reflejado en el comportamiento de los partidos y han influido en los resultados electorales. Es más, si se repiten las elecciones será porque hay partidos que cuentan con que dominen tales rasgos anti políticos. Cuentan, y ya preparan el terreno para que sea así, con que el ánimo de polarización supere al ánimo de transacción. Esperan, en concreto, que los votantes que están en la zona gris que llamamos "centro" se retiren, hartos del fragor de la batalla, y que vayan a votar, en cambio, los más movilizados, los más forofos, los más contrarios a cesiones y acuerdos. Sólo así, agudizando la confrontación, podrán asegurarse un triunfo. Aunque sea amargo, que lo será.

En España

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