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Cristina Losada

La intifada en la enseñanza

Estos cheguevaras con iphone se enfrentan a cuatro estudiantes y profesores despistados que creen estar en su derecho de entrar en la universidad.

Estos cheguevaras con iphone se enfrentan a cuatro estudiantes y profesores despistados que creen estar en su derecho de entrar en la universidad.

La huelga en el sector de la enseñanza es un hecho tan recurrente que ha perdido significado. Se ha convertido, la han convertido, en asunto trivial. Ya no merece ni anunciarse. Es sabido. Cada vez que un Gobierno de la derecha intenta retocar, aun levemente, el deteriorado edificio del sistema educativo y los intereses corporativos anexos hay una buena intifada en el sector. Los convocantes, a los que convendría dejar de identificar con la "comunidad educativa", siempre prefieren lo pésimo conocido a lo regular por conocer. Esta resistencia al cambio viene a ser un aprobado a la situación actual de la enseñanza, un caso excepcional de satisfacción en este invierno del descontento. Y un caso todavía más notable por ser públicos y notorios los tristes resultados del sistema educativo español. Pero han de ser los interesados en mantenerlo intacto quienes expliquen su preferencia por un estado de cosas tan desolador.

Lo único que no resulta trivial en las rutinarias huelgas en la enseñanza es la violencia con la que tratan de apuntalar un seguimiento más o menos presentable como un triunfo. Se diría una violencia perfectamente prescindible, pues basta la convocatoria para que muchos padres no lleven a los niños al cole y muchos estudiantes, en vez de ir a clase, acudan a las bibliotecas para seguir en lo suyo. Aunque sin la disuasión que ejercen barricadas y piquetes es muy probable que menguaran esas ausencias, digamos, preventivas.

Por si acaso, ahí están los llamados "piquetes informativos", cada vez más encapuchados, haciéndose pasar por palestinos o como si fueran a asaltar una tienda en el Bronx. Claro que el poderoso ejército al que se enfrentan estos cheguevaras con iPhone son los cuatro estudiantes y profesores despistados que creen estar en su derecho de entrar en la universidad. Peligrosos esquiroles a los que aplican a empujón limpio su dialogante concepto de la democracia y la libertad. Unas coacciones que el grueso de la prensa recubre, pudorosa, con el eufemismo "les cortaron el paso". O el cómico oxímoron: hubo "barricadas y tranquilidad".

Decía antes que los de la huelga deberían explicar ciertas cosas inexplicables. Quizá la más inexplicable de todas es que rechazan la Lomce por "clasista", mientras defienden la legislación que más clasismo ha provocado en la enseñanza. Porque la pérdida de calidad de la enseñanza pública afecta siempre, ante todo, a las personas de rentas más bajas. Reduce las oportunidades de cuantos no pueden permitirse un circuito alternativo de colegios privados y universidades extranjeras. Ésa ha sido, sin duda, la peor consecuencia social del bondadoso corazón igualitario de la legislación socialista. Era de manual. Por la igualdad de resultados se acaba con la igualdad de oportunidades.

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