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Cristina Losada

Las hogueras de la imposición

El domingo, en Compostela, hubo una manifestación en defensa de la libertad de elección de lengua, no una manifestación a favor del español. Aquellos que propalaban lo contrario concedieron a los fanáticos el noble título de defensores del gallego.

El domingo, en Compostela, el periodista Luis Balcarce me mostró la foto de una barricada incendiaria utilizada por los ultras para cortar carreteras y obstaculizar el paso de los manifestantes convocados por la asociación Galicia Bilingüe. La había enviado al medio en el que colabora con un título difícilmente mejorable, que me he tomado la libertad de colocar al frente de esta columna. Estábamos en la plaza de la Quintana, de tranquila charla, conscientes del éxito de una manifestación nutrida por una sociedad civil que rechaza las imposiciones en el ámbito lingüístico y que acababa de afrontar con civismo (como corresponde) la violencia del nacionalismo.

Menos conscientes éramos entonces de que los protagonistas, a efectos informativos, no seríamos nosotros, sino los agresivos "contramanifestantes". El periodismo ha acabado amando los sucesos más que cualquier otra cosa. Se dedicó a plasmar con minuciosidad las acciones de quienes trataron de sabotear la marcha. La violencia ganó en los medios lo que no pudo ganar en la calle. A tenor de lo publicado, habíamos estado en medio de una "batalla campal" y nosotros, como el soldado de Stendhal, sin enterarnos. Es más, aún quisieron algunos que hubiéramos participado en una absurda "batalla por el castellano".

De ahí la necesidad de consignar la evidencia. El domingo, en Compostela, hubo una manifestación en defensa de la libertad de elección de lengua, no una manifestación a favor del español. Aquellos que propalaban lo contrario, atrapados por esa falsificación, concedieron a los fanáticos, que tanto interesaron a la prensa, el noble título de defensores del gallego. No merece la lengua gallega tal vinculación con la violencia. Y tiene razón Touriño cuando dice que no hay en Galicia un conflicto lingüístico. En efecto. El conflicto es político. Un conflicto creado por las imposiciones y por el atropello de derechos civiles.

Tan político como que las hogueras que retrató Barcalce, de camino a Santiago, han sido alimentadas por el nacionalismo abierto o encubierto del Gobierno autonómico, por la coacción lingüística creciente, por el adoctrinamiento en la enseñanza y por la tolerancia hacia los primeros brotes filoterroristas del nacionalismo galaico. La pedagogía del odio avanza a toda máquina bajo el Gobierno social-nacionalista. Esta vez, la civilización pudo con la barbarie. La cuestión es hasta cuándo.

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