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Cristina Losada

Las urnas y el golpe

Es curioso que haya tantos lugares comunes políticos que se instalan en contra de los hechos y de la verdad.

Es curioso que haya tantos lugares comunes políticos que se instalan en contra de los hechos y de la verdad.
El golpista Carles Puigdemont | EFE

Ya es un lugar común decir que estas elecciones catalanes son unas elecciones peculiares. Lo más común, y lo menos cierto, es lo que se suele decir a continuación. Suele decirse que son peculiares porque hay candidatos que están en la cárcel. O huidos, en otro país. Es curioso que haya tantos lugares comunes políticos que se instalan en contra de los hechos y de la verdad. Porque la peculiaridad de estas elecciones es que se celebran después de un intento de golpe del separatismo catalán. Y lo lógico, pues hubo golpe y golpistas, es que los cabecillas, al menos algunos de ellos, estén en prisión provisional. Lo peculiar y bochornoso es que unos partidos pongan de candidatos a unos golpistas, y confirmen de ese modo su desprecio autocrático por la ley y la democracia.

Es preocupante que los hechos de octubre, los de este año, hayan encontrado tan pronto un lugar común en el olvido. Y si no en el puro olvido, en algo peor: en la papelera de los hechos sin importancia. Sin tanta importancia. A fin de cuentas, el golpe se paró, y eso permite que hoy campe a sus anchas una tendencia a la minimización del intento de ruptura de España y su orden constitucional. A esa minimización contribuyen las promesas de pedir el indulto para los golpistas que ha hecho Miquel Iceta con el bonito envoltorio de promover una reconciliación. La iniciativa del PSC viene a significar que lo que hicieron los acusados de delitos contra la Constitución no fue tan malo ni tan dañino como el propio PSC dice, por otro lado. Y sugiere una interpretación peligrosamente próxima a la que dan los propios golpistas: como la naturaleza de sus actos fue política, esos actos suyos están por encima de la ley.

Los gestos equívocos del PSC, decidido a vender su catalanismo a un público que igual no está ahí, no pueden compararse, sin embargo, con el tono del entramado separatista. Parecía difícil que se superaran en materia de mentiras y de odio, pero en la campaña están batiendo sus récords, una proeza a la que los empuja la necesidad. Tienen que evitar la desmovilización de parte de ese electorado al que han mantenido en vilo y fidelizado durante los últimos años. Tienen que evitar que cunda el desencanto y su consecuencia más frecuente, la abstención. Hasta un desencanto pequeño puede tener ahora grandes efectos. De ahí que suban el volumen de las mentiras, el odio y el victimismo. Y que no se apeen del burro.

Los separatistas pregonan que si obtienen la mayoría en estas elecciones quedará legitimado todo lo que hicieron hasta que, por fin, se aplicó el 155. Quieren hacer creer que si consiguen otra mayoría quedarán refrendados, bendecidos por los votantes, su ilegal referéndum del 1 de octubre y sus atropellos a la legalidad democrática. Eso es imposible. Aunque saquen mayoría de votos o de escaños, el golpe no se legitimará. En ningún caso. Antes de que esta mentira circule más, y antes de que pueda considerarse una interpretación razonable de los resultados, habrá que aclarar que no es verdad. Para el separatismo catalán, las urnas son instrumentos del golpe. Para la democracia, son instrumentos de la democracia. Y ningún porcentaje de votos ni de escaños puede legitimar la vía insurreccional.

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